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EL SINDROME DE NIXON

El presidente de EEUU no habría dimitido por el ´caso Watergate´ si hubiera esgrimido la lucha antiterrorista como eje de su quehacer. El síndrome de Nixon se manifiesta en las coincidencias

Hace 32 años Richard Nixon envió a sus fontaneros para que llenasen de micrófonos el edificio Watergate. Lo hizo cumpliendo con la primera fase de un plan de tres, destinado a hundir a los demócratas, a la oposición. La segunda fase consistía en procesar los frutos del espionaje; conversaciones políticas e íntimas, discusiones programáticas y familiares, y decidir qué trozos grabados podían ocasionar mayor daño según la circunstancia en que se usaran. Nixon decidió que no precisaba de argumentos convincentes para lograr su reelección, le bastaba con usar bien aquella basura. La tercera fase consistía en que, según las necesidades, es decir sondeos de opinión no muy favorables, manos anónimas hicieran llegar a cierta prensa afín dosis de información perjudicial para la oposición.

Pero el plan fracasó por culpa de dos jóvenes periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. A Nixon le costó la presidencia y los servicios de inteligencia se llenaron de vergüenza.

ESTO EShistoria, y visto desde la distancia de 32 años más tarde se puede deducir que el ardid republicano falló porque Nixon carecía de un hilo central, de un punto al que convergen todos los puntos de la política, y que permite justificar cualquier marranada. Si Nixon hubiera tenido la lucha antiterrorista como único eje de su quehacer, hasta los encargos de helado de pistacho grabados al senador Ted Kennedy habrían constituido pruebas en contra de algo, sin que importase de qué. Nixon dimitió sin explicar jamás los motivos que lo llevaron a espiar a los demócratas. Rara vez el que espía tiene argumentos convincentes, pero como la política también se rige por las leyes de Darwin, ha encontrado en la lucha antiterrorista el gran detergente para disimular un accionar que es pura basura.

El síndrome de Nixon se manifiesta en España a partir de negar ciertas obviedades: Carod-Rovira no es Mata Hari. No le van los encuentros secretos. Gordito, pequeño y con bigotes es demasiado notorio, y el indiscutido éxito electoral de la fuerza democrática que representa no lo convierte en el Bismarck de España, pero tampoco le priva del derecho a razonar y a realizar esfuerzos, acertados o equivocados, para terminar con la lacra del terrorismo de ETA. Como ciudadano tiene el derecho de considerar que ETA ha sufrido un enorme desgaste; que ha acusado los golpes propinados por las fuerzas de seguridad del Estado; que de organización política ha degenerado en banda armada y no por ello menos peligrosa; que carece del apoyo internacional de la década de los años 80; que los históricos han envejecido, algunos se han descolgado; que no tiene más asidero social que un puñado de fanáticos; que un mínimo de sensatez les aconseja dejar las armas, y que tal vez busquen un interlocutor para negociar.

TAMBIEN ESobvio que la única respuesta es: nada de treguas, dejen de matar definitivamente, disuélvanse, entréguense y la única garantía posible a ofrecerles es el juicio justo que garantiza el Estado de derecho. Si algún dirigente político tiene la oportunidad de decir precisamente eso a ETA, es obvio que no puede desperdiciarla.

Y lo tristemente obvio es que a Carod se le espió, que se vulneraron sus derechos, y que manos anónimas filtraron la información desde los cuerpos de seguridad a un periódico que cumplió con la misión del periodismo: informar. Pero el síndrome de Nixon se manifiesta en las coincidencias: la noticia se da casi al inicio de la campaña electoral y justo cuando se inaugura una conferencia de víctimas del terrorismo. En política, las coincidencias siempre hacen sospechar.

*Escritor

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