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LA VOTACION

ías extraños, buscando en las radios algo que escuchar. La víspera, las teles se hicieron las suecas, pasaron de dar información. La noche se hacía eterna. Las televisiones trataron a la audiencia como si fuera un bebé al que hay que aislar. Se cogieron la información con papel de fumar. La 1 se pasó tres pueblos. Acebes salía cada vez más magullado, cada vez más encanecido. El sábado por la noche ya no quedaban casi mentiras que decir. El escándalo iba por dentro de cada ciudadano. Zapeando en busca de la Pasionaria. Toda la información que no daban las teles, --instrumentos absolutamente inútiles cuando más falta hacían--, llegaba por los móviles. Convocatorias, datos, novedades.

Los móviles ya suplen también a internet, lenta, poca y cara. La noche más larga, dolorida reflexión a uña de mentiras y cadáveres, de mentiras sobre cadáveres. Ayer votaba el censo completo, ayer votaba gente que nunca lo había hecho, gente mayor, de mediana edad, que no sabían ni dónde buscar su nombre, ni para qué sirven las listas de las calles. Ayer votar era una emergencia. La sensación era que la hecatombre y su tristísimo corolario gubernativo iban a polarizar el voto hacia los partidos grandes, y que muchos pequeños iban a sufrir las consecuencias. La sensación y algunos testimonios de gente que en el último momento se arrojaba en brazos de lo que consideraba esencial, el famoso mal menor. Ya se verá dentro de un rato. Ya se habrá visto. Cada minuto va a ser emocionante y quizá terrible. Con esa furgoneta se ha abierto la espita de lo que temíamos desde el 11-S, secretamente, sin confesarlo, la espita de un nuevo horror. Queda ir leyendo las vidas de los muertos, archivarlas para que no desaparezcan en el olvido, que no se los trague esta velocidad de espantos. Con esa furgoneta que se guardaba en la manga el ministro se abre la espita de los horrores que temíamos desde el día de la invasión, desde aquel anuncio de las Azores. Europa se ha puesto a pensar, las barbas a remojo. Nuestros vecinos árabes no tienen nada que ver en esto. Igual que nosotros no tuvimos nada que ver en aquello. Pero el miedo está en cada furgoneta, el miedo es lo peor, y ya lo tenemos dentro, como un troyano. Que no se recorte la libertad. Da igual que las teles nos traten como a niños. Mientras funcionen los móviles, alguna radio...

*Escritor y periodista

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