La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española se reúne a partir de hoy para renovar la cúpula, ajena a su progresivo alejamiento de gran parte de la sociedad. El arzobispo de Madrid, Rouco Varela, busca su segunda reelección en el cargo. Los obispos no se plantean cambios de caras o de discurso, tal como lo demostraron hace poco con la rápida desautorización de las declaraciones razonables que realizó su portavoz sobre el sida y los preservativos. Se diría que los obispos están ahora interesados en dos asuntos a los que dan mucha importancia: que continúe su financiación a cargo de fondos públicos y que tenga el máximo rango posible la asignatura de religión. En lo demás, actúan sin mensajes nuevos, iniciativas o gestos que les aproximen a los amplios sectores sociales que paulatinamente se desvinculan de la que, de continuar este proceso, podría pasar de ser la confesión hegemónica a la primera minoría religiosa de España.

UN ESTUDIO CONTUNDENTE. El reciente informe de la Fundación BBVA sobre los valores y actitudes de los universitarios españoles ofrecía datos elocuentes sobre la crisis que se registra en la cadena de transmisión de las creencias católicas a las nuevas generaciones. El 78% de los encuestados apuntó haber sido educado en la religión católica, con clases sobre esta materia, programas aprobados por la Iglesia, profesores seleccionados por las diócesis y, en muchos casos, en centros que hacen del ideario cristiano su seña de identidad. Pero, ya en la universidad, sólo el 45% de ellos seguían definiéndose a sí mismos como católicos. Ese fracaso de su sistema de educación es todavía más evidente si se tiene en cuenta que ni siquiera entre estos jóvenes que aún se consideran creyentes es mayoritario el seguimiento de las instrucciones de la doctrina católica, especialmente en lo que a materia de sexualidad se refiere.

BATALLA PERDIDA. Los obispos deberían reflexionar sobre lo que está haciendo bien y mal la Iglesia. Porque al pésimo resultado práctico de su política de enseñanza se le suma la quiebra de la propagación de su doctrina y de su visión del mundo a través de las familias o a partir de las parroquias. Les dirige el Papa más popular de la historia, pero el problema es de mensaje y, quizá, de ejemplo. Es una batalla perdida, y un error, intentar ganarse a los jóvenes insistiendo en dogmatismos que colisionan abiertamente con los valores de libertad personal y de pensamiento que suscribe la juventud española actual que vive de acuerdo con su época. Es una batalla perdida, frente a todas las edades, sostener en este siglo XXI que el sexo tiene únicamente razón de ser y utilidad por su función reproductiva.