Qué sea de España en este momento dulce y raro. A ver, las grandes empresas y bancos, que son más o menos lo mismo, van sobradas, muchos beneficios, todo ok. La vida cotidiana sigue en el índice pisos , aunque vuelven los alquileres, y las peleas políticas se van desdibujando en el fondo de saco de la legislatura, en la fase aburrida, llena de reiteraciones.

Tenemos un leve descanso en el asunto vasco, y como es casi lo único que sostiene --aunque sea a la inversa, a fuerza de espolearla-- la noción de España, pues se nota el bajón. Si no fuera por los tirones vascos, España no se contemplaría apenas a sí misma, no tendría gran cosa de que hablar. Entonces, nos va quedando el fútbol, y poco más. Los óscars han reavivado una polémica muy muy brasa entre derecha e izquierda, pero ya se hace difícil de seguir desde la militancia. Así que mientras llegan las elecciones vascas y se resucita el fiambre hispano, hemos de conformarnos con los flecos de la comisión del 11-M, una Liga ya sentenciada y los barullos de negocios de siempre. Ni las criaturas misteriosas del Windsor dan para más.

En el epígrafe barullos de negocios de siempre habría que incluir el afloramiento del 3% catalán, que es una cosa que asoma de vez en cuando, una agitación cíclica que se salda con leves reajustes que permiten seguir más o menos igual. Los vascos, con sus ínfulas irreductibles, son los únicos que fuerzan al estado a aplicar un poco de I + D y/o un poco de ranciedumbre poética. En este apartado podrían entrar los fastos del Quijote (y la morterada presupuestaria que los sostiene) que van a disparar el consumo de videojuegos, la afición al manga y otras vías de escape. El estado, aburrido de sí mismo, amodorrado en una Europa aún más soñolienta que él, se derrama en sus criaturas autonómicas, que en cierto modo resucitan una cierta ilusión política y sirven de antídoto contra el anquilosamiento de siglos, que sólo da para espachurrar al Quijote. El estado sin ideas, el estado sólo de trienios e hipotecas, disfruta por fin de una larga temporada de paz, alternancia y prosperidad. Nadie se lleva el dinero a Suiza. Nadie dice nada. Los únicos que mantienen el jolgorio de los festejos populares y el estrés de sobrevivir son los emigrantes. Al fin España ha conseguido ser normal. A ver si dura.

*Escritor y periodista