Quiero empezar por afirmar con toda claridad, por más que sea obvio, que el equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza, con el alcalde Juan Alberto Belloch a la cabeza, tiene toda la legitimidad democrática para conducir los derroteros de la ciudad por donde crea más conveniente y, por lo tanto, para llevar a su conclusión la pretensión de reconstruir el campo de fútbol en el mismo sitio en que se encuentra en estos momentos.

Pero el reconocimiento de esa legitimidad en modo alguno puede impedirme, en mi calidad de miembro de la oposición, desarrollar, con el mismo énfasis, cualquier defensa política de las tesis contrarias, y hacerlo desde el convencimiento de que éstas son más convenientes para la ciudad que las que mantiene el equipo de gobierno.

La discrepancia central en el asunto del nuevo estadio de la nueva Romareda, por más compleja y elaborada que pueda ser cualquier alternativa, radica esencialmente en la ubicación del mencionado estadio.

Todo lo demás, con ser interesante, está subordinado en importancia estratégica a esta primera decisión y, en gran parte, condicionado por ésta.

Y ateniéndonos a ésta consideración medular, es preciso recordar que, de llevarse a efecto el proyecto actual del equipo de Gobierno, se daría la circunstancia, legítima pero preocupante, de que el estadio terminaría por estar ubicado donde lo deseaba un programa electoral que sólo obtuvo el 18% de los votos zaragozanos en las últimas elecciones locales.

LA VOLUNTAD del resto de los programas de los partidos que lograron representación municipal, y que se eleva nada menos que al 73%, quedaría completamente soslayada, lo cual, sin dejar de ser legítimo y legal, como se ha dicho, no deja de ser democráticamente lamentable, y, sobre todo, desilusionante para una ciudadanía que contemplaría así cómo las combinaciones a que obliga la actual ley electoral pueden terminar por pervertir la voluntad ciudadana.

Y esa voluntad ciudadana que apoyó mayoritariamente los programas que abogaban por una nueva ubicación se vería también defraudada, al hilo del nuevo estadio, en uno de los reclamos que con más ardor propugnaron todos los partidos políticos: el incremento de la calidad de vida.

La reconstrucción del estadio en el mismo sitio en que se encuentra ahora, junto al mayor hospital de Aragón y en medio del nuevo flujo de circulación que el desarrollo de la ciudad por el sur esta ocasionando, no sólo no incrementa la calidad de vida, sino que la deteriora notablemente al incidir negativamente en algunos de los aspectos que más contribuyen a ella en las ciudades modernas.

El silencio y la tranquilidad que deben siempre imperar en los ámbitos hospitalarios, la facilidad y comodidad de accesos que requieren no sólo los usuarios de las urgencias médicas, sino también los enfermos y las visitas, o la invasión que las infraestructuras de servicio necesariamente han de hacer en el mayor espacio verde de la ciudad, el parque Primo de Rivera, así como los problemas de seguridad que comporta, son algunas de las diferentes notas negativas que la reubicación del campo de fútbol en su actual emplazamiento conlleva.

CON ELLO, las grandes pretensiones del alcalde en su campaña electoral, propugnando que Zaragoza llegue a ser "una de las ciudades españolas con mayor calidad de vida", o su afán por vencer la batalla de los atascos para impedir que el tráfico "se convierta en una pesada losa", según las expresiones textuales de su programa, avanzarían en la dirección contraria, es decir, en la del incumplimiento, como por desgracia lo han hecho ya en esa misma dirección su promesa de no subir los impuestos o su negativa a enajenar suelo público como sistema de financiación municipal, por citar sólo algunas de ellas.

La obstinación por mantener el sitio del estadio en contra de la mayoritaria voluntad de las urnas, en detrimento de la seguridad y de la calidad de vida de los zaragozanos, y con notorio perjuicio a su sistema público de salud, es algo que puede quedar como el error estratégico más grande de la actual Corporación municipal, y el símbolo, por desgracia, más elocuente de la debilidad política de un alcalde que pretende serlo de todos los zaragozanos.

*Concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Zaragoza