Al hablar de mujer trabajadora incurrimos, no sé si deliberadamente, en un pedazo de pleonasmo y, figuradamente, en una redundancia. Mujer trabajadora. ¿Y qué mujer no lo es? Todas, o la inmensa mayoría cuando menos, lo son. Antes, ahora y mañana. Siempre. Va en su condición, en su naturaleza y, por supuesto, en su necesidad. Como el varón, pero más que el varón si ha de trajinar con la prole. La mujer es, en esencia, trabajadora, así la que sale a cazar como la que se queda en la cueva, pues ambas crean nada menos que realidad. Por eso, y por tantas otras razones, no entiendo que exista el día de la Mujer Trabajadora. Todos lo son. Todas lo son.

En la república de la vida ocurre lo que se dice en el preámbulo al artículo 1 de la Constitución española de 1931: "España es una república de trabajadores de todas clases". El mundo, la sociedad, o cuando menos el mundo y la sociedad decentes, se componen de trabajadores de todas clases. ¿A qué viene, entonces, celebrar separadamente la fiesta? ¿Existe, acaso, el Día del Varón Trabajador? El trabajo nos iguala, nos hermana, nos libera si no es esclavo, y ese triple efecto es idéntico en mujeres y en hombres. Bien es cierto que, poco a poco, se ha ido sustituyendo lo de Mujer Trabajadora por lo de Mujer a secas, Día de la Mujer, pero con el cambio no se ha avanzado, sino antes al contrario, gran cosa. ¿Día de la Mujer? ¿Se celebra, acaso, un Día del Hombre? Todos los días están consagrados a las personas, a los trabajadores que se ganan con su talento y su esfuerzo, sin parasitar a nadie, la vida, pero si se quiere dedicar una jornada al trabajo, un día jubilar de orgullo, un día para reconocimiento social e institucional de cuantos laboran, crean y construyen, que ese día el sol salga para todos. De lo contrario, sólo se consagra y eterniza la discriminación. Trasládese, pues, el 8 de marzo al 1 de mayo, que mediante esa unificación simbólica se expresará mejor y más fuerte la radical apuesta de todos por la verdadera igualdad.

*Escritor y periodista