El Museo Camón Aznar, en colaboración con Ibercaja y la Fundación 2008, viene acogiendo una vistosa, interesante y oportuna exposición que tiene como eje sentimental el París de las vanguardias. La seducción de París: Artistas aragoneses del siglo XX es su acertado título.

París, para los pintores aragoneses, comenzó a desplazar al foco de atracción romana durante el último tercio del siglo diecinueve, cuando el fermento de un arte nuevo, iconoclasta, revolucionario, comenzó a abrirse camino entre los jóvenes genios de la pintura francesa.

Aragón, es verdad, no dio en aquellas décadas un Ramón Casas, un Rusiñol, pero por esa misma época andaba pateando, y pintando París, el nada desdeñable Joaquín Pallarés, una de cuyas obras más emblemáticas --Paisaje urbano de París -- se conserva en el Ayuntamiento de Zaragoza.

Jesús Pedro Lorente nos recuerda en el catálogo que Pallarés, a medio camino entre Zaragoza y la capital francesa, entre sus clases de dibujo en la Academia de San Luis y sus trabajos para la Casa Goupil, llegó a ser bastante apreciado en su calidad de sucedáneo heredero de Mariano Fortuny.

Pallarés facturaba con facilidad y regularidad cuadros costumbristas, vistas urbanas parisinas, cotidianas estampas resueltas con un alegre colorido y habilidosos efectos de luz, que tenían una inmediata acogida en el mercado. Unos años después visitaría también París el célebre pintor costumbrista Juan José Gárate, quien llegaría a ganar una de las medallas de la Exposición Universal, zambuyéndose, de paso, aunque sólo en parte, en las nuevas técnicas pictóricas.

Después de los pioneros vendrían las primeras generaciones propiamente vanguardistas. Pablo Gargallo, Ramón Acín, Honorio García Condoy, Luis y Alfonso Buñuel, Javier Ciria o José Luis González Bernal elevarían considerablemente el listón de nuestra representación artística, situándose, en algunos casos, a la cabeza del arte español. El prestigio de Gargallo, sin ir más lejos, no ha hecho sino aumentar de la mano de una inteligente política de recuperación, entre cuyos impulsores hay que destacar la indesmayable labor del Ayuntamiento de Zaragoza. Con González Bernal, mucho menos conocido, casi olvidado, habría que hacer otro tanto.

Y después, por supuesto, vienen los artistas que enlazan con la contemporaneidad. Un Antonio Saura, iluminado por la luz goyesca, que triunfó plenamente en Europa, y que incluso, lo que ya roza el milagro, llegó a ser profeta en su tierra. Un García Abrines superdotado y gotizante, cuyo talento se desdobló en mil y una aventuras bohemias. Un Manuel Viola asimismo tocado por el ala del ángel, tórrido y abrasador, que anticiparía, en sus visiones cósmicas los mundos cosmogónicos, metafísicos, de José Orús, otro de los grandes.

Como grande fue, sin duda, el tambiénaragonés universal, Salvador Victoria, dueño de una paleta en la que se fundían las vanguardias para abrirse al nacimiento de nuevos mestizajes.

Finalmente, están también presentes los más jóvenes, Miguel Ibarz, Mariano Rubio, Pepe Cerdá, Jorge Gay, Santiago Arranz...

*Escritor y periodista