La inflación en España es año tras año superior a la de los países con los que más relaciones comerciales tenemos y los que más invierten aquí. La tasa anual en enero del 2005 fue del 3,1%. Baja si la comparamos con las de nuestro pasado inflacionario, pero 1,5 puntos porcentuales por encima de la de Alemania (1,6 %), de la de Reino Unido (1,6 %) y de la de Francia (1,6 %) y 1,8 puntos por encima de la de Holanda (1,3 %) Es también superior a la tasa promedio de la Unión Europea (1,9 %). Ese diferencial no se puede mantener indefinidamente.

Cualquier cantidad que crezca regularmente al 1,5% anual se dobla en 46 años. Si, cuando se entró en la Unión Europea en 1986 el nivel de precios en España era la mitad que el de los países con precios más altos, Dinamarca por ejemplo, en el 2032 será igual al de éstos. ¿Significa eso que tendremos el mismo nivel de vida que Dinamarca y otros países ricos? De ninguna manera. Significa que, si todavía estamos en el euro, tendremos una tremenda depresión económica.

Para los economistas esta afirmación resulta evidente. Los tipos de cambio nominales de los países miembros de la Unión Monetaria no cambian. Aunque se han dejado de usar formalmente, al adoptarse la moneda única, subsisten, sin embargo, como tipos sombra (implícitos o congelados) los que había el último día de la existencia de la peseta, el franco, el marco, etcétera. En todo caso era tipos de cambio fijos e inmutables, ya antes de que circulara el euro. Pero los tipos de cambio reales siguen siendo un factor de peso para las economías de los países. Los tipos de cambio reales añaden a los nominales la relación de los cambios de su nivel de precios. El tipo de cambio real es una medida de la competitividad, en precios, de las economías. Con la inflación que tenemos, el euro en España está sobrevalorado respecto de otros países, y nuestra competitividad internacional, por los suelos. Eso es manifiesto en el creciente déficit de la balanza comercial y de la cuenta corriente.

ALGUIEN DIRAque el diferencial de inflación es lógico y natural, porque crecemos más deprisa que otras economías y nos estamos acercando a los niveles de vida de los países más ricos. Eso puede ser cierto, pero no es necesariamente bueno. Las ventajas comerciales y el atractivo para la inversión extranjera que tenía España al entrar en la Unión Europea en 1986 se basaban precisamente en la diferencia de niveles de precios. Si estas diferencias se cierran, porque nuestros precios y costos laborales aumentan más deprisa que los de los países ricos, es decir, porque convergemos hacia sus niveles de precios, la competitividad sufrirá. A no ser que aumentemos el diseño, la calidad y el desempeño de los productos, consigamos mayor confianza en nuestras marcas y hagamos todas las cosas que suelen hacer para exportar cada vez más (a pesar de la fortaleza del euro) los países que tienen niveles de precios elevados, como Alemania, Finlandia y Suecia.

No podemos seguir muchos años más con punto y medio o dos puntos por encima de la inflación en Europa. Las alternativas son todas duras y difíciles. La primera es reducir el ritmo de crecimiento de precios y costos de producción. Los responsables directos de las subidas de precios no tienen idea de lo peligroso que puede resultar la aventura alcista que comenzó con el cambio al euro. Es peligroso para España y para ellos mismos (a no ser que tengan su dinero fuera del país). La segundo es invertir tanto en ciencia, tecnología, investigación y desarrollo que la economía española sea capaz de dotarse pronto de nuevos productos, nuevos procesos, nuevas calidades y nuevas empresas, para que sus exportaciones sean atractivas en los mercados y las compañías extranjeras elijan establecer aquí sus actividades. La tercera se deriva de la anterior y consiste en un aumento significativo de la productividad general de los factores de producción. Y la cuarta, que es la más extrema y la peor, sería abandonar la disciplina de la Unión Monetaria y volver a una moneda nacional, bajo un tipo de cambio flexible.

LA SEMANApasada, Guillermo de la Dehesa señalaba magistralmente en un periódico de difusión nacional las ventajas para la economía española de tener el euro como moneda en la presente coyuntura. Cómo, por ejemplo, nuestra pertenencia a la Unión Monetaria nos ha salvado de una crisis (devaluación, inflación, recesión), que hubiera sido causada por la subida de los precios del petróleo, como sucedió en 1979.

No hay duda de que nuestra pertenencia a la Unión Monetaria nos ha defendido bien del último choque petrolero, pero esas ventajas, y otras que menciona De la Dehesa, no se podrán mantener, si continúa por mucho tiempo la evolución de los precios. De seguir así, la pertenencia a la Unión Monetaria se convertiría en una trampa mortal para la exportación, el empleo y la sostenibilidad de muchas empresas.

*Catedrático de Economía de Esade