La pasada semana tuvo lugar en el Consistorio un pleno extraordinario que acabó como el rosario de la Aurora. Los policías locales ocuparon el lugar para reivindicar lo que estiman son sus derechos (tal vez, como dicen algunos, se equivocaron de sitio). Puede que tengan sus razones pero el procedimiento, sobre todo en sus resultados, parece harto inadecuado. Silbar al alcalde y sus ediles unos segundos, patear un minuto y mostrar unas cuantas pancartas tal vez resulte impropio de un Salón de Plenos, pero puede obviarse si acto seguido se mantiene el orden, se deja trabajar. El buen criterio del regidor dispondrá lo más conveniente para mantener el decoro, más que alterado por los improperios y presiones desmedidas ejercidas por "gentes de orden". Y esta es la segunda cuestión: ¿qué podemos opinar de un alcalde incapaz de mantener la normalidad en un Salón de Plenos máxime cuando los infractores eran subordinados suyos? Podía haber ordenado el desalojo recurriendo a las fuerzas propias o a las de la vecina delegación del Gobierno. Podía haber suspendido el pleno, un pleno que previamente le habían aconsejado no celebrar. Pero jamás debió hacer dejación de sus obligaciones (representante de la voluntad popular que es) y salir pitando hacia recóndito espacio donde despareció el carácter público de todo pleno y que generó una preocupante pregunta: ¿qué sucedería en ocasiones más complejas y difíciles? Si Sáinz de Varanda levantara la cabeza en aquel consistorio con todas las luces encendidas en infausta fecha...

*Profesor de Universidad