Asistí ayer a la procesión del Domingo de Ramos y, un año más, acabé preguntándome qué es lo que lleva a una persona a vestir túnica y capirote, y a salir a la calle a tocar el bombo o el tambor durante horas y horas-Ni siquiera nuestro sabio más universal, Antonio Beltrán Martínez, lo ha podido explicar en sus múltiples artículos y trabajos sobre la Semana Santa. "Lo importante es que lo hacen", dice, y como siempre, acierta. Porque los sentimientos, como las sensaciones, son intransferibles, difíciles de explicar y muchas veces hasta de compartir. ¡Cómo describir si no la emoción que se siente al oír a los rosarieros de Híjar recorriendo de madrugada las callejas del pueblo, llamando a los vecinos a acudir al Rosario de la Aurora, o siguiendo a la Piedad por el Boterón zaragozano! Es el misterio de la Semana Santa, expresión máxima de religiosidad para los cristianos y espectáculo deslumbrante, para todos. La de Aragón, a diferencia de la Semana Santa andaluza, apasionada y desbordante, es sobria y austera y tiene como elemento diferenciador los bombos y tambores que, desde el Bajo Aragón, extienden su ronco sonido como llamando al recogimiento. Es distinta pero no por eso menos espectacular, tanto por el número de cofrades --sólo en Zaragoza más de 15.000 y 7.000 tambores-- como por la belleza de sus tallas. Perderse por las calles siguiendo los desfiles procesionales, escuchar las "saetas de la pasión" en Calanda o asistir al Encuentro en la plaza del Pilar de Zaragoza, constituye una experiencia única que les invito a vivir.

*Periodista