La tesis más relevante del nacional-catolicismo es que la esencia de la identidad española es el catolicismo desde aquello de "una sola nación, una sola fe". La consecuencia es la pretensión permanente de fundir lo político y lo eclesial para conseguir el control social de la Iglesia sobre toda la sociedad, sobre la moral y la ideología. Aun habiendo renunciado a ser un apéndice del aparato estatal, la Iglesia católica disfruta de una importante participación en los presupuestos públicos, y mantiene una reivindicación permanente para no perder posiciones en el sistema educativo público. En 1979 se firmó un concordato con el Estado del Vaticano. Desde entonces, la realidad española ha cambiado sensiblemente y va llegando la hora de encontrar una nueva articulación de las relaciones del Estado laico con una confesión religiosa, que merece todos los respetos, como las demás, pero que no puede pretender seguir jugando el mismo papel que jugó con los Reyes Católicos o durante la dictadura franquista. El recurso a la historia y a la tradición no puede ser por mucho más tiempo un corsé que dificulte una convivencia en la tolerancia y en la diversidad.

*Profesor de Universidad