Me sorprende la polémica tan frívola como estéril en la que se ha enzarzado la opinión publica inglesa a cuenta de si Camila Parker debe o no ser reina. Vaya por delante que así de lejos, lejísimos, me cae bien Camila, sencillamente porque no parece una barbie sino simplemente una mujer. Indudablemente el comportamiento de los miembros de las familias reales cuenta y mucho en los afectos o desafectos de los ciudadanos, y en función de estos comportamientos uno se puede preguntar si quiere que parte de sus impuestos se dediquen al mantenimiento de una familia que se dice diferente.

Pero es evidente que los reyes y sus familias no están hechos de ninguna pasta especial. De manera que si algo se puede reprochar a Carlos y a Camila es que no se casaran en su momento, que no fueran capaces de haber vencido entonces algunas resistencias para hacer lo que querían. ¿Cuántas personas no han metido la pata casándose con quién no debían? ¿Cuantas infidelidades son sólo fruto de la convicción de estar con la persona equivocada por más que esa persona sea estupenda y tenga muchísimas virtudes? Si algo es seguro es que si Carlos y Camila han llegado hasta aquí es porque se quieren, y pretender, como pretende parte de la opinión pública inglesa, que Carlos esté solo y guarde ausencias a la malograda Diana es una solemne bobada. Parece que pretenden castigarle por no haber estado lo suficientemente enamorado de la que fue su esposa.

El problema de Camila Parker es que no es guapa, no tiene una figura de modelo ni un rostro angelical ni una elegancia innata, es una señora que pasaría inadvertida en la calle, como la inmensa mayoría. Y en una sociedad tan mediática como la que vivimos en que la imagen cuenta tantísimo, en la que hay tantos personajes públicos instalados en la impostura sin que nadie se percate, en esta sociedad Camila chirría. Si fuera una anoréxica larguirucha que se desmayara cada dos por tres, la opinión pública suspiraría con ella creyendo que tanta delgadez y desmayo se debería a su amor imposible con el príncipe. Pero a Camila la sobra algún kilo, viste sin mucha gracia, y parece tener un carácter enérgico, es decir, no hay porqué compadecerla ni admirarla, y claro eso al gran público no le conmueve. Si Camila fuera guapa no tendría tantas resistencias en la opinión pública porque las jovencitas sin mucha cabeza se morirían por ser como ella y estar en su lugar, y los caballeros la mirarían con admiración pensando qué suerte la del príncipe. Reconozco que me produce una cierta indignación el vía crucis al que la opinión pública inglesa somete a la señora Parker, precisamente porque esa opinión pública no la cuestiona ni a ella ni al príncipe por motivos ideológicos ni políticos. No es que cuestionen el anacronismo de la monarquía, lo que no les gusta es que una señora que no les parece especial, que no es de cuentos de hada, sea reina. Lo que no le perdonan al príncipe es que en vez de haber amado apasionadamente a la mujer guapa que fue Lady Diana, haya estado enamorado siempre de la que es poco agraciada.

*Periodista