De un tiempo a esta parte, los visigodos se están poniendo de moda. Primero, hace unos meses, fue Francisco Galván, con De buitres y lobos, y, ahora, León Arsenal, el reciente ganador del Premio de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza, acaba de publicar El espejo de Salomón.

Una novela, la de Arsenal, que no debe considerarse estrictamente histórica, pero que, de una manera subgenérica, bien podría participar de una disciplina en la que el autor ha incursionado con éxito. El espejo de Salomón se acoge a una fórmula mixta, presente--pasado, que viene funcionando muy bien en el mercado editorial, pero que es tan antigua como Wilkie Collins, por ejemplo, y su Piedra lunar.El espejo de Salomón esrealmente un thriller de acción contemporánea que transcurre en el Madrid de hoy, con personajes reales y situaciones cotidianas... hasta que la protagonista, Alejandra Espinosa, una joven historiadora en paro que se gana la vida haciendo guiones para un programa televisivo del corazón, accede a un dato secreto sobre el tesoro de los visigodos.No otro será el principal enigma, el gancho con que el narrador, dosificándonos con habilidad la ingente documentación de que ha debido pertrecharse para llevar a cabo la reconstrucción del mito del tesoro real de la primera monarquía hispánica, va tirando, tirando, hasta conducirnos a un desenlace bien resuelto y, naturalmente, insospechado.La versatilidad es, claramente, una de las cualidades de Arsenal, autor de escritura fácil y de una fantasía capaz de generar episodios y personajes que se van enredando entre sí, atrapados por el laberinto del misterio que se plantea al lector. Esa versatilidad no está en absoluto exenta de calidad literaria --como ya demostró, con creces, en La boca del Nilo--, pero se aligera y reduce si el rápido guión de un thriller exige esa contención. En este sentido, Arsenal se alinea claramente con otros jóvenes autores españoles, o relativamente jóvenes, que apuestan por el puro entretenimiento, por la novela como ocio y disfrute, frente a aquellos que siguen postulando solemnidades o experimentos, y que resultan, a la masa, mucho más tediosos.Pero al margen de estas disquisiciones teóricas, y del futuro que aguarde al género novelístico en este mundo nuestro copado por las manifestaciones audiovisuales, lo cierto es que argumentos como el de El espejo de Salomón divierten e instruyen a la vez. Gracias a su trama accederemos, a través de una documentada ficción, a los avatares del hipotético tesoro de nuestros antepasados visigodos, desde el momento en que Alarico saqueó la decadente Roma apoderándose de la famosa mesa del templo (y muriendo, quién sabe si por una maldición, apenas un año después), hasta la custodia de dicha pieza por parte de

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