Cada vez que Franco se refería a la "pertinaz sequía", florecían las sonrisas, casi con la misma intensidad que cuando mencionaba a la "conspiración judeomasónica", menos en la España rural en la que tenían conocimiento directo de que la frase no consistía en mera retórica. Y es que la sequía, antes, con y después de Franco, nunca ha sido sequía a secas --¡qué pleonasmo!-- sino pertinaz sequía, de la misma manera que hay vegetaciones lujuriosas y marcos incomparables.

Lo malo es que resulta cierto y nuestra sequía suele ser pertinaz, y el año en que las lluvias no son abundantes en otoño, que son los más, la cosecha no puede ser buena, porque en España la lluvia de primavera suele ser irregular y escasa, como si lloviera con más intención de estropear excursiones y paseos que de llenar presas y acuíferos. Calificamos de empecinada a una sequía crónica, a pesar de lo cual el agua ha estado subvencionada y derrochada en ornamentaciones suntuarias que no corresponden a nuestro clima (basta contabilizar los miles de hectáreas de césped de jardín que mantienen los municipios con el agua que no sobra) y desperdiciada con una política, tan pertinaz como la misma sequía, en que nadie repara las redes de distribución, que se agrietan, se rompen y están fuera de un plan de mantenimiento, que es algo así como si no hubiera un mantenimiento de las carreteras, y tras inaugurar los tramos jamás se volvieran a reparar los viales.

El dictador llevó a cabo un plan bastante racional de embalses, que venían de la República y de la Dictadura de Primo de Rivera y que, por fortuna, asumió con entusiasmo, con el añadido de un ambicioso plan de nuevos regadíos que en estos momentos está periclitado, porque no es rentable, y porque ni siquiera existe agua para los antiguos. La "pertinaz sequía" ya no provoca sonrisas. Está ahí, con su fauces calizas, sus dientes áridos y su lengua desecada, a punto de mordernos.

Escritor y periodista