Alfredo Pérez Rubalcaba --R. para los amigos-- se ha impuesto una tarea agotadora y seguramente estéril. Combinar la continuidad de las políticas de la Nueva Vía, que a esto nos han traído, con las buenas y sólidas recetas socialdemócratas no será sencillo. No sólo por la crisis económica, aunque también, sino porque es difícil traer de nuevo a la buena senda a quienes están convencidos, todavía, de la bondad de sus desvaríos. No bastará con prescindir del líder carismático; habrá que extirpar también el zapaterismo.

R. se ha impuesto la tarea de recuperar el entusiasmo de los socialistas y sus votantes. Es muy consciente de que la mala gestión de la crisis y las políticas neoliberales de este gobierno, amén de enormes meteduras de pata, han alejado al electorado de centro. Ese millón y pico de votantes que en las pasadas elecciones se quedaron en casa y marcaron el declive socialista. Y que urge recuperar como sea. Porque sin ellos, el PSOE, que tanto los ha despreciado en los últimos años, no volverá a gobernar.

Pero será muy complicado hacer propuestas creíbles con un Rodríguez Zapatero dispuesto a perpetuarse en su eterno papel de Penélope: deshaciendo por la noche lo que el candidato hace durante el día. Bildu y CiU, triunfantes en las instituciones, más separatistas que nunca, también pesarán en la opinión pública. Como recordatorio de la inepcia no solo económica del leonés. Han empezado a dar espectáculo y amenazan el discutido y discutible proyecto común del que este gobierno era, ay, depositario. Periodista