La detención de Rebekah Brooks es el mayor golpe recibido por Rupert Murdoch en su afán por rehabilitar su imagen y preservar su imperio desde que estalló el escándalo de las escuchas telefónicas hace casi dos semanas. Muchos interrogantes pesan sobre el futuro del conglomerado mediático del australiano y aún puede haber más sorpresas, como parece anticipar la dimisión nada menos que de los números uno y dos de Scotland Yard. Lo que sí ha quedado ya manifiestamente claro es a dónde puede llevar la connivencia entre políticos y medios. O, mejor dicho, la sumisión a una presión chantajista ejercida por un poder mediático casi monopolístico sobre el poder político.

El desprecio entre el establishment y Murdoch ha sido mutuo, pero era el magnate quien podía silenciar bocas en el Parlamento y ayudar a ganar elecciones a Thatcher, Blair y Cameron. Así, una parte del periodismo británico y los principios más elementales de la profesión han caído en un abismo de degradación. En una sociedad en plena revolución tecnológica se ha desatado una competencia desenfrenada por la información --que parece ser solo espectáculo y de mala calidad--, y por la audiencia --lectores, telespectadores o internautas-- que todo lo ha justificado, hasta las prácticas más aberrantes.

EL CASO ASQUEA AL REINO UNIDO //

El Parlamento británico que permitió tantos desmanes favoreciendo los intereses de Murdoch al taparse los ojos en su desesperada búsqueda de aprobación como dijo el propio Cameron, está pasando por una catarsis. Ayer mismo, el primer ministro tuvo que comparecer ante los parlamentarios. Ha asumido sus fallos y empieza a entender que es necesario alcanzar una nueva relación. Políticos y medios están destinados a convivir, pero deben hacerlo desde la recuperación de los principios éticos en los que se basan el ejercicio del periodismo y la política, y desde la transparencia de la propiedad de los medios y de las relaciones entre esta y el Gobierno.

El escándalo que envuelve a Murdoch ha asqueado a un Reino Unido que ya había descubierto cómo sus representantes en Westminster hacían trampas miserables con sus notas de gastos. Pero sería erróneo poner a todo el mundo en un mismo saco. Fueron precisamente dos diarios quienes sacaron a la luz aquel escándalo y el que ahora ha puesto a Murdoch y su imperio en el ojo del huracán.