En los panfletos reaccionarios que tanta influencia tuvieron a caballo de los siglos XIX y XX, y que denunciaban una conjura masónico-jacobina para apoderarse de los gobiernos del mundo, lo primordial era ofrecer nociones simples y un enemigo al que odiar. Muchos siguen hoy en esa línea. Lo vimos cuando la derecha política y mediática se lanzó contra Rubalcaba por el caso Faisán, convirtiendo un oscuro chivatazo policial, ocurrido en el 2006, durante el fallido proceso de paz, en la prueba de la complicidad del Gobierno socialista con ETA. Que Rubalcaba no aparezca en el auto y que ni siquiera el juez instructor lo haya citado a declarar, no cuenta. El PP no tiene otro objetivo que intentar salpicar con la calumnia al candidato socialista. El caso Faisán no es otra cosa que un ridículo contragolpe, una cortina de humo frente a la gravedad del escándalo Gürtel, la red corrupta valenciana cuyo primer episodio son los trajes de Francisco Camps. Hay quien ha vuelto a desempolvar la teoría de la conspiración y quien desvela otra tremenda trama: el giro jacobino. La referencia de Rubalcaba a mejorar la proporcionalidad y la representación política, así como la leve alusión al modelo electoral alemán, ha dado para mucho. El ingenioso Enric Juliana ha puesto en circulación la teoría de que detrás de este anuncio se esconde un auténtico cambio de régimen en España. Los lectores de estas teorías saben que no es así, pero resultan muy excitantes. Responden a un folletín de la política, donde se aplaude la fascinación de la desvergüenza. Profesor de universidad