Mientras Mariano Rajoy inicia su limpieza tardía de las valencianas cuadras de Augias, el candidato socialista, Pérez Rubalcaba, mueve sus fichas en el PSOE con el inestimable apoyo del indignado diario y devocionario habitual de la izquierda felipista. Mientras que el uno comienza a intuir que sus peores enemigos serán el poder absoluto y su inevitable asociado, el gilismo; el otro sabe que afronta una tarea mucho más dura, mucho más incierta y seguramente mucho más desagradecida.

El fracaso electoral del socialismo español --que habrá que validar en las próximas generales-- es la penúltima constatación de que la socialdemocracia europea necesita recuperar un discurso propio creíble. No es imposible, pero exige un retorno a las raíces y una reformulación de cómo se combate, en tiempos de crisis y globalización, una sociedad crecientemente desigual e injusta, donde la acción política está sustituida por los mismos mercados que han traído esta crisis demoledora.

La tarea de Rubalcaba es doble: limitar el estropicio y propiciar una refundación ética y política de su organización. Es eso o seguir el camino errático del vecino socialismo francés en su búsqueda de un líder carismático y del centro perdido. El presente Gobierno socialista ha hecho, con sus errores y deficiencias, un gran daño al país. Pero España sigue necesitando un partido sólido que represente al centro-izquierda y compense el peso creciente de los populares en la siempre complicada arena política.

Periodista