En aquel tiempo", que ahora recuerdo, el Gobierno, que presidía Carrero Blanco, buscaba con prisa explicable, remozar cargos públicos y propiciar el acceso a los mismos de nueva gente preparada para la política e inédita hasta entonces. Así, con alguna sorpresa local, apareció en la prensa el nombramiento de Rafael Orbe Cano como gobernador civil de Zaragoza.

Rafael tenía sólo 32 años, una excelente formación humanista y profesional y una vocación política de la que pronto dio muestras aperturistas, desde sus primeros pasos por esta tierra. De ello tuve buen conocimiento porque éramos compañeros de promoción y amigos entrañables. Como ha contado Eloy Fernández Clemente en más de una ocasión, Orbe contribuyó lealmente, a la aparición de Andalán pese a la resistencia de algunos círculos.

No desempeñé con Orbe cargo político alguno; sólo era el asesor jurídico asignado por la Abogacía del Estado al Gobierno Civil de la provincia. Éramos demasiado amigos para ejercer juntos la política pero le ayudé sinceramente y cuanto pude. A través de Ángel Duque, figura zaragozana de la abogacía, conoció Orbe a Pedro Baringo que nunca había ocupado ningún puesto político, lo que no fue obstáculo sino incentivo, para que Orbe le propusiera que ocupase la Presidencia de la Diputación Provincial de Zaragoza.

Si tuviera que buscarle a Pedro alguna filiación política (más ideológica que activista, en todo caso), le habría calificado como un hombre de temperamento liberal y de raíz democristiana y antes de todo, como una excelente persona y jurista. Pedro era ya un prestigioso abogado en ejercicio formado en la escuela práctica y fecunda del despacho profesional de Ángel Duque.

Asistí a su toma de posesión como Presidente de la DPZ y sus primeras palabras desde el cargo fueron las propias de un hombre cabal que acudía al llamamiento del deber sin otro ánimo que el de servir sin servirse y así sucedió. Él y su esposa Carmelín, también Letrada en ejercicio y que nos dejó antes, forjaron una amistad indeleble con Rafael y Paloma, su esposa.

Pedro no aspiraba a mantenerse en la actividad política y cuando Orbe fue nombrado Gobernador de Valencia, aquel declinó seguir siendo Presidente de la Corporación Provincial y continuó (no "regresó"), desempeñando su actividad profesional como Letrado y Profesor universitario. "En aquel tiempo", el cargo de Presidente era gratuito y sólo se percibían 15.000 pts. mensuales como "gastos de representación"; una mina.

Pedro ni pidió ni quiso, otro cargo político; cumplida limpiamente su tarea, limitó sus quehaceres, como cuentan que hacían los patricios romanos, al predio exclusivo de sus ocupaciones profesionales (repito, nunca abandonadas y siempre su modus vivendi); eso sí, dejó impresa su modesta e importante huella de hombre honrado y capaz, en el huerto de nuestra provincia.

Cuando Pedro cesó, no supuse siquiera que uno iba a ser el sustituto suyo en la DPZ. Hubo antes un paréntesis, en el que Ricardo Malumbres, como Vicepresidente, ocupó de modo interino la titularidad de la Casa Provincial, haciéndolo con solvencia y generosidad merecedoras de mejor epílogo. Mi inesperado acceso a tal Presidencia ya la conté otra vez.

Aunque había declinado propuestas anteriores, nunca me arrepentí de haber aceptado la de la DPZ y ello, pese a que no daba la impresión de que fuera precisamente, la más oportuna de las ocasiones para entrar en política. Recuerdo bien que invité a algunas personas que rechazaron prestarme su colaboración porque esperaban, me decían, "una previa reforma democrática". Pero después de esa reforma, tampoco los vi por esos pagos.

En ocasiones, como la que cito, todas las posturas pueden ser respetables aunque la inhibición constante a mí no me parezca buena porque, cualquier reforma (aquella la quería la porción mayoritaria de los españoles y al tiempo, la temía), necesitaba brazos y voluntades. Y no digamos hoy...

Entonces, eran evidentes las circunstancias que aconsejaban prudencia pero decisión: el fin de Franco y la improrrogabilidad de su régimen eran manifiestos. La incertidumbre acerca del rumbo que tomaría España, tampoco recomendaba cruzarse de brazos u oponerse a la ciega.

Pedro fue de los que supo verlo y a mi juicio, acertó; Pedro, a Dios.