Los jóvenes que han llegado a la plaza de Sol en Madrid, han cifrado sus objetivos en asuntos de la política cotidiana. Temas que van desde la ética de los políticos, la transparencia del poder o el trato con los bancos. Yo echo de menos de paso, un apartado sobre la televisión que disfrutamos y a menudo sufrimos en España.

Ya que hemos decidido indignarnos, les aseguro que ver algunas cadenas es suficiente motivo como para cabrearse y largarse a la cama sin cenar. Si estamos dispuestos a cambiar los modos políticos, dispuestos a exigir otra manera de relacionar el poder (todos los poderes) con los ciudadanos, no deberíamos olvidar esa máquina de educar (para bien y para mal) que es la televisión. Ya es hora de exigir a cadenas como Tele 5 (no hay que dilatar más su nombre) que afronten otra forma de obtener beneficios, que ofreciendo a los españoles el peor rostro del alma de los seres humanos. Es imposible cocinar una oferta más hiriente, más ruin, menos noble, el peor catálogo de las miserias y mezquindades que a veces acompaña al hombre y la mujer. Y ya que desconocen las advertencias y esgrimen la biblia de la libertad de expresión, quizá la ley debería recordarles que existe algo llamado ley de protección al menor, que incumplen cada tarde con asombrosa impunidad.

Vale cambiemos el mundo. Pero de nada servirá si seguimos consumiendo el mismo deletéreo alimento televisivo. Si continuamos cifrando en la pantalla nuestra ración de ocio cotidiano. Se puede hacer una tele rentable, entretenida y formativa. Otros países lo han logrado.