Esta efemérides no dirá nada a muchos lectores. Conmemora la fecha en que, en el año 1936, la sublevación militar contra el Gobierno de la República empezó a cambiar de signo radicalmente. Fue en tal día cuando Adolf Hitler decidió prestar apoyo a una operación que creyó que encabezaba Franco. No era así, pero, en parte gracias a él, terminó siéndolo.

El 20 de julio, Franco ordenó al general Orgaz, a cargo del mando en Canarias, que requisara un avión del servicio postal de Lufthansa. El 22 remitió un telegrama al agregado militar alemán en Madrid (con sede en París), a quien conocía, sugiriendo la adquisición de 10 aviones de transporte. Franco debió sospechar que no sería suficiente porque el mismo día Orgaz, con amenazas y dinero, logró convencer al piloto para que se trasladase a Tetuán. Franco se encontró con la posibilidad de enviar a Berlín a un comandante español y dos miembros del partido nazi en Marruecos.

SALIERON EL 23 y llegaron a Berlín en la tarde del 24. El español se fue a la embajada. Los alemanes, a la central del partido. Les hizo caso el jefe de la sección española, un hombre totalmente desconocido llamado Friedhelm Burbach. Había estado destinado en España y le sonaba el nombre de Franco. Rápidamente vio la posibilidad de marcarse un punto. Conocía a los hermanos Hess y convenció a su jefe de que merecía la pena sondearlos. Alfred Hess le secundó. ¡A lo mejor, el partido podía saltarse las objeciones de la Administración del Estado! Telefoneó a su hermano Rudolf, que acababa de llegar al balneario de Bad Kissingen. Burbach, por si las moscas, alertó a la Lufthansa. Rudolf Hess llamó a Hitler y este se dejó convencer de que merecía la pena hablar con los mensajeros.

En un avión de Lufthansa partieron con Burbach el 25 hacia Núremberg, donde les esperaba un coche que les trasladó a Bayreuth. En poco más de 24 horas lograban charlar con Hitler, una persona a quienes algunos de sus propios ministros tardaban meses en ver.

Durante años y años se ha especulado por qué Hitler accedió a ayudar a un desconocido general. Se le había preparado un expediente a toda prisa (desaparecido). Contendría las objeciones de los ministerios de Asuntos Exteriores y de la Guerra a meterse en una aventura en que no se le había perdido nada a Alemania. Hitler las desechó. Uno de los emisarios, Johannes E. F. Bernhardt, contó (y me contó) una historia jamás documentada: que convenció él solito a Hitler gracias al fervor anticomunista de Franco. Parece cierto que la petición de este era muy modesta y que Hitler solicitó que se le dieran las últimas noticias. La posición de los sublevados se había deteriorado. Nada hace pensar que hubiese la menor referencia a interferencias soviéticas. No se habían producido.

LO QUE AL RESPECTO decía el último informe de la Abwehr (servicio de inteligencia militar) fechado el mismo 25 de julio era que unos días antes los barcos gubernamentales se habían surtido de gasolina de un petrolero soviético en aguas de Tánger. Lógico, porque nadie en la ciudad había querido suministrarles.

Todavía se afirma que a la reunión asistió el almirante Canaris, jefe de la Abwehr, y que convenció a Hitler. Canaris no estuvo, como tampoco los ministros de Exteriores o de la Guerra. Hitler tomó la decisión en solitario. Sí parece creíble que los mensajeros le comentaran que se habían topado en el aeropuerto de Marsella con otra misión que Mola había enviado a Roma. Rodeada de misterio, tenía por objetivo constatar ante el duce que se trataba de la sublevación que estaba esperando y a cuya preparación había contribuido.

El vector italiano pudo espolear a Hitler, no en vano Mussolini estaba acercándose al Tercer Reich. También pudo influir la noticia de que Francia iba a ayudar a los gubernamentales (lo que finalmente no hizo, salvo en medida limitada). Hitler debió ser más sensible a la constelación internacional que empezaba a dibujarse que a las pequeñas miserias de un no menos pequeño general sublevado en un lugar recóndito. Se mostró generoso: con lo que Franco pedía no se podía hacer nada. Puestos a ayudar, había que ayudar más en grande.

CON ESTA AYUDITA, que creció y creció, Hitler inclinó el fiel de la balanza. Mussolini, cuando le contaron acerca de la misión a Hitler, no fue menos. Tan pronto como desde Moscú llegó la noticia de que los soviéticos no intervendrían, decidió el 27 de julio enviar ayuda. Por razones logísticas, a Franco. Mola se quedó compuesto y sin novios. Las gestiones que hizo con Berlín fueron posteriores y no dieron resultado. Lo que los conspiradores habían tramado con Italia se lo llevó Franco.

Este hubiera debido montar sendos monolitos a Hitler y a Mussolini. Sin ellos no hubiera ganado la guerra, pero reconocerlo después de 1945 fue siempre harto difícil. ¿Quién dijo que la casualidad no juega un papel en la historia? Tras la ulterior retracción de Francia e Inglaterra, la República estuvo a punto de perder la partida en los tres o cuatro meses siguientes.

Catedrático de la UCM. Autor de ´La conspiración del general Franco´