Al parecer, y aun en momentos tan delicados como estos, hay ajustes que ni siquiera merece la pena considerar, por nimios. PP y PSOE están de acuerdo en no reformar el régimen que regula los "modestos" ingresos públicos de los expresidentes --79.337 euros anuales--, una "dotación" que ni siquiera recibe el nombre de sueldo o pensión. Así, no solo no requiere exclusividad y pueden, ellos, dedicarse a dar conferencias por el mundo explicándose a sí mismos, sino que tampoco hay incompatibilidad con otros ingresos privados como los proporcionados por Gas Natural a Felipe González --126.000 euros al año-- o Endesa a José María Aznar --200.000--.

Hay quien piensa que, también a nivel local, reducir consejerías o reorganizar servicios sin menoscabo de sus funciones pero con sentido de la austeridad, tampoco tiene mucho más objeto que la recolocación de algunos funcionarios, y poca repercusión presupuestaria. El chocolate del loro, le llaman, en referencia a la leyenda que narra que una aristócrata que se arruinaba comenzó por suspender el chocolate de la dieta de su loro como primera medida de necesario ahorro.

Resulta un tanto paradójico que en una sociedad tan entregada a la imagen y a los gestos simbólicos, el hecho de prescindir de un coche oficial sea considerado como un guiño populista de tono menor que además deja en el paro a un conductor. Todo ello en un escenario en el que se antoja vital la elección de vestidos, trajes y corbatas de cada aparición pública --ahí está el pulso veraniego entre José Bono y Miguel Sebastián--, o en el que los políticos sonríen tan artificialmente después de cada intervención propia, como si se hubieran gustado tanto o les hubiese sorprendido un espasmo altamente satisfactorio (se podría decir directamente "orgasmo", pero suena exagerado).

No hay manera. Por lo visto, para muchos no merece la pena revisar algunos asuntos domésticos, porque al fin y al cabo no reportan beneficios reseñables. ¿Para qué están pues las administraciones locales? Al parecer es mejor que el loro se coma el chocolate que quiera, que para los grandes ajustes, ¡tranquilos!, que ya están eso que se llama Europa o eso otro que llamamos mercados, donde más que loros, abundan los buitres. Periodista