Economía, sistema político y organización social forman parte de un todo único que sólo se puede separar con intenciones analíticas, como especulación teórica, para luego volver a unir las piezas descubriendo las múltiples relaciones entre ellas. Por eso, el balance de más de cuatro años de crisis, afecta a esferas de lo económico, lo político y lo social.

Sintetizando, podríamos decir que los cuatro años de austeridad y políticas neoliberales aplicadas desde la UE y seguidas por los gobiernos españoles han dejado tras de sí en el plano económico, un notable empobrecimiento y lo que es más grave, un aumento considerable de la desigualdad. En lo político, esto ha significado la consabida desafección y un cuestionamiento del sistema político institucional del que nos habíamos dotado, y en lo social, la emergencia de dos fuerzas antagónicas pero que coexisten en estos momentos: el miedo y la indignación.

En el plano económico, el incremento vertiginoso del desempleo y de la desigualdad, son los mejores comprobantes del empobrecimiento, presente y futuro, de varias generaciones. Cada recorte de la inversión pública implica un aumento del desempleo, que a su vez supone un mayor gasto público en prestaciones y una menor recaudación. En materia de gasto público, "menos es más", y menor inversión implica mayor gasto. La crisis, en este caso, se ha llevado por delante 3 puntos en el índice Gini de desigualdad, 5 millones de trabajadores que han perdido su empleo y la constatación de que la economía pública y la privada funcionan con reglas diferentes. Como recuerda Stiglitz, "la analogía entre la economía y la familia es falsa: reducir el gasto del gobierno destruye la demanda y destruye puestos de trabajo. (...)Lo más llamativo es la cantidad de gente --tanto expertos como gente corriente, ya sea en el gobierno o fuera de él-- a la que ha seducido el mito de la austeridad y el mito de que el presupuesto del gobierno es como el presupuesto de una economía doméstica".

La incapacidad para abordar esta crisis, que tiene ya como epicentro la vieja Europa, está cuestionando el pacto social forjado tras la II Guerra Mundial y que dio lugar a lo que luego hemos conocido como Estado de Bienestar. La crisis que hoy vivimos se ha llevado por delante el compromiso de ascenso de las clases medias y el acceso de las clases más bajas al consumo, lo que supuso una solución aceptable para la burguesía. En palabras de Boltanski y Chapiello, "los principales elementos de este compromiso --a saber, el diploma, la posibilidad de promoción y la jubilación-- se han visto quebrantados a lo largo de los últimos veinte años". No es de extrañar, por tanto, que según cifras del CIS, el índice de confianza política haya descendido 15 puntos en el último año o que según reflejan encuestas publicadas en distintos medios de comunicación, tan sólo el 50% de los electores acudiría hoy a las urnas, y entre los dos principales partidos, apenas llegarían a aglutinar la mitad de los votos. Imaginemos por un momento que ese escenario se cumple. ¿Estarían, desde el punto de vista político y moral, los representantes electos, legitimados para tomar cualquier decisión?. En democracia, cuando la confianza quiebra, el constructo teórico sobre el que se asienta el pacto social, salta por los aires. Y no podemos olvidar que, volviendo a mirar el CIS, los políticos - constituidos en clase- y los partidos, están entre el tercer y cuarto puesto de la lista de problemas que más preocupan a los españoles, ni que el número de españoles que manifiestan confiar en la democracia, ha descendido, en los últimos tres años, del 85 al 60%.

Semejante panorama tiene su reflejo y su correlato en el plano social. El drama económico que muchas personas viven día a día, junto a la impotencia de sentirse sistemáticamente desoídas y ninguneadas por quienes están ahí para solucionar los problemas de todos, unido al descrédito de instituciones y partidos políticos inundados de casos de corrupción, generan dos tipos de reacciones que no son incompatibles: Por un lado, el miedo, que paraliza y que provoca sumisión y una fulgurante pérdida de derechos, en unos casos. Y en otros, la indignación que explica que el 60% de los españoles apoyen los escraches y que cada vez adquieran más crédito nuevos movimientos sociales como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, los colectivos de afectados por las preferentes o las mareas blanca, verde o naranja, en detrimento de partidos políticos y sindicatos que, siendo las dos principales vías de participación tradicionales, ahora se encuentran seriamente cuestionadas.

Esta crisis acabará cuando se apliquen otras políticas que caminen por la senda de la economía real, la sostenibilidad y la equidad, pero mientras, al menos en Europa, se ha llevado ya por delante el pacto social que siguió a la II Guerra Mundial, que generó un considerable nivel de bienestar en el conjunto del continente y que hizo posible la democracia representativa. No obstante, ese modelo, tenía también múltiples contradicciones. Tantas, que nos han traído hasta aquí. Está claro que esta crisis es la oportunidad de dar un cambio de rumbo, y volviendo a los clásicos, no podemos olvidar que la orientación de ese rumbo dependerá de la correlación de fuerzas. Los estudiosos del pensamiento económico dicen que la idea de progreso se ha acabado. Es posible, pero la de futuro está por construir. ¿Utópico o distópico?

Politóloga