Algo que todos hemos aprendido en esta crisis es la importancia de la confianza. Tanto, que cuando queda aún la mitad de la legislatura las principales instituciones del Estado, consultoras de prestigio y creadores de opinión se esfuerzan en recuperar no ya la confianza, sino la fe, con confusos datos que raras veces se explican con rigor.

La confianza es la argamasa que crea las sociedades. Sin ella, nadie tendría por qué fiarse del vecino ni creerse que el agua que sale por sus grifos es potable y no está envenenada, por citar un ejemplo. Y es esa misma confianza la que da --o quita-- credibilidad a las instituciones, a la democracia y por supuesto, a los mercados y a la economía.

En la construcción de esta confianza, los medios de comunicación juegan un papel clave. En palabras de Manuel Castells, los medios "...no son el cuarto poder. Son mucho más importantes: son el espacio donde se crea el poder". Por eso es habitual que los actores sociales y políticos, y en especial los gobiernos, desplieguen estrategias comunicativas para crear el marco, esas "estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo" en expresión de Lakoff.

Conscientes de esta ecuación, llevamos ya unas semanas presenciando una lluvia de datos, informes y declaraciones que nos van haciendo creer que la crisis enseguida quedará atrás. Este continuo ejercicio de creación de opinión se va construyendo sobre una serie de datos macroeconómicos que raramente se explican ni mucho menos se contextualizan lo suficiente. Se alude a la mejoría de la balanza de pagos como indicador de la recuperación de la actividad económica. Y es cierto, la balanza de pagos arroja mejores resultados que hace un año. Lo que no se explica es que nuestro nivel de importaciones ha caído al ritmo de nuestro consumo y nuestra inversión, ni que los productos que vendemos fuera son más baratos debido no a un incremento de la calidad o de la productividad, sino a una devaluación interna vía salarios que ha venido para quedarse.

Se habla también de una baja inflación como si se tratara de un dato positivo en sí mismo. Y efectivamente, la inflación ha iniciado una cuesta abajo, pero ello no supone un aumento de la capacidad adquisitiva sino que es el resultado de la anémica demanda interior y de la propia devaluación interna. Además, lo que no se explica es que esta baja inflación se debe básicamente a dos factores: el descenso del consumo y nuevamente, la bajada de salarios.

POR SI FUERA POCO, se menciona con tono triunfalista el aumento de un raquítico 0,1% del PIB como si eso fuera consuelo. Si alguien tiene dudas, que se plantee porque Draghi acaba de dejar los tipos de interés en un mínimo histórico. Una evaluación adecuada de las políticas de austeridad que se están llevando a cabo por parte del neoliberalismo imperante en España debería incluir un análisis riguroso que analizara y contextualizara el porqué de las cosas. Es decir, que explicara por qué hoy tenemos un déficit público del 10,6% frente al 9,4% en 2011, o por qué la deuda pública ha pasado del 40% a prácticamente el 100 % del PIB en tan solo 5 años, y sobre todo, cómo es posible que en 2 años el paro haya saltado del ya alarmante 22,8% al 26% de la población activa, y lo que es peor... se habla ya de más de tres años para que esta cifra descienda por debajo del 25%. Todo esto, por supuesto, sin mencionar el papel que han podido jugar,lo que los economistas llaman "estabilizadores automáticos", como las prestaciones por desempleo o el más que cuestionable rescate a la banca con dinero público.

Queda por explicar también qué parte de la brutal caída en la recaudación impositiva se debe a la caída en la actividad y qué parte es atribuible a la baja tributación efectiva de rentas altas y empresariales. En suma, queda por explicar qué parte del desbocado avance del déficit y deuda pública se deben a la crisis y qué parte es debido a que estamos socializando las pérdidas. En definitiva, que desde que estalló la crisis de Lehman Brothers hace ahora más de 5 años, los españoles somos un 15% más pobres y la desigualdad ha crecido a un ritmo acelerado.

La recuperacion de la confianza debería levantarse sobre una evaluación de políticas públicas rigurosa que ayudara a valorar la acción del Gobierno y para eso, el propio Ejecutivo debería hacer un ejercicio de pedagogía que raras veces es acometido desde las administraciones. Por eso, necesitamos con más urgencia que nunca analistas, líderes sociales, intelectuales y periodistas que, con el debido rigor, contextualicen los datos, expliquen no sólo indicadores cuantitativos sino su repercusión en el conjunto de la economía, y en definitiva, nos ayuden a evaluar las políticas públicas en función de su repercusión en el conjunto de la sociedad. Solo así podremos ir construyendo una democracia digna de tal nombre y recuperando la confianza en nosotros mismos como sociedad.

Politóloga