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Unos muertos de hambre

Una cifra como otra cualquiera, mezclada con porcentajes del PIB, letras del Tesoro colocadas o coches de segunda mano disponibles. En esa madeja de números con la que se escribe cada día la actualidad aparece una cantidad que se corresponde con la de cuerpos ahogados que la corriente marina ha ido arrojando a la playa de Ceuta. 15 cadáveres, como quien dice olas de 20 metros en Finisterre o 40 millones de Bárcenas en Suiza. A veces leemos datos que nos escandalizan un rato --corto--, otros dan para conversaciones en la máquina del café y luego está lo de los subsaharianos en Ceuta , que parece un bulto informativo que ni nos va ni nos viene. . El número 15, sin embargo, nos evita muchos engorros emocionales: nos aleja de lo humano a base de reducirlo a estadística. Vivimos tiempos de enorme complejidad que nuestros gobernantes intentan reducir a simplificaciones que rozan el insulto. El presidente de Melilla, por ejemplo, hizo un análisis impropio de una persona alfabetizada: "Si la Guardia Civil no puede usar métodos antidisturbios, solo falta que pongamos azafatas para recibirles". La otra esquina dialéctica de su reflexión sería no andarse con tonterías, y ya que no cabe ni un inmigrante más, bombardeemos desde la frontera todo lo que se mueva al otro lado hasta que no quede ningún muerto de hambre con el que no estamos dispuestos a repartir nuestra miseria. Entre una y otra posición debiera estar la decencia moral y la convicción democrática, o sea, una forma de resolver el grave conflicto de la inmigración sin avergonzarnos. Un conocido fascista me dijo el otro día en Twitter: "Llévate tú 20 negros a casa y aliméntalos". He ahí la reflexión de un bárbaro. El vómito de una alimaña. Periodista

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