Joaquín Carbonell se ha ido del Periódico sin hacer ruido. Y dice adiós con una discreta despedida, como quitándose importancia. Uno, que le conoce un poco, sospecha que con esta silenciosa marcha pretende que la tormenta de elogios que se merece la descarguen otros sobre su figura. Siempre fue un gran estratega de la modestia aparte, pero es lo que tienen los tipos especiales en todos los sentidos. Después de 24 años en esta casa nadie sabe aún a ciencia cierta si le hubiera gustado más estar por encima de Brassens o de Mourinho, porque así como la música de sangre, sudor, lágrimas y mucha ironía alimenta su alma, el deporte enciende en llamas su corazón de discutidor nato, de polemista deportivo de media mañana, de entrenador full time.

Para entender lo que Joaquín ha significado para el periodismo aragonés en general, basta con haber estado a su lado cuando entrevistaba a todo tipo de personajes bajo el techo de la sección Palabra de Honor. Las conversaciones que se plasmaban en el papel eran todo un espectáculo, tecleadas en vivo y en directo en el ordenador. El espacio le obligaba a sintentizar y el protagonista aceptaba sin rechistar las preguntas y la confección de las respuestas. Alguno ha salido por la puerta sin saber exactamente si había entrado, pero seguro de que le habían sacado todo el jugo, desde el titular hasta la última sílaba.

En su faceta de crítico televisivo, en la Antena Paranoica que han sufrido todas las cadenas, ha sido implacable historiador cotidiano de un medio pobre, multiplicado por una modernidad primitiva y regresivo pese a la riqueza de medios y tecnologías. Su señal ácida, de simpatía a balazos, le ha llegado nítida al lector, que en esas opiniones ha hallado el referente de alguien para quien las cámaras y sus bustos parlantes tienen pocos secretos codificados.

Y así ha jugado con maestría y su peculiar personalidad con la escasa cordura que exige esta profesión de chalados románticos. Quizá haya sido esa su gran virtud: tomarse muy en serio para explicar que nada ni nadie son imprescindibles. Ni el honor, ni la paranoia ni él mismo. Esto último, la supuesta intrascendencia de su ego bien ganado, mejor dejarlo en cuarentena. Porque, a fin de cuentas, se le escuchará explicándole a Mourinho cómo se debe trabajar el lanzamiento de un libre directo. A su aire, fue eso, viento libre en la prensa, en la prosa y en la opinión.