Robin y Marian (Richard Lester, 1976) narraba una maravillosa historia de amor otoñal entre el Príncipe de los Ladrones y su lady; hoy día en España se podría filmar un oportuno remake titulado Robin y Mariano. Este último no sería el amante gay, sino el antagonista. Rajoy se ha erigido en el antiRobin, el que roba a los pobres para entregárselo a los ricos. La reforma fiscal, cacareada como "favorecedora de las clases medias", es en realidad una añagaza para balancear las cuentas a favor de los privilegiados. Entre sus medidas más reveladoras, presentada de tapadillo por un propio, está el gravamen de los despidos, que puede alcanzar hasta casi la mitad de lo que le corresponde al sufrido trabajador. Si las movilizaciones sociales no lo paran, esa cantidad acabará en las grandes empresas en venideras operaciones en diferido: atentos a la jugada trilera, versión neoliberal del "trasvase de fluidos". Este es el verdadero modus operandi del Gobierno. Recuerdo que poco antes de las elecciones advertí a una amiga que apoyó a la gaviota --"porque defendía a las clases medias"-- que en realidad Génova iba a gobernar para la oligarquía que los sustenta. Hoy, ya tarde, reconoce su error y se plantea incluso votar al coco Podemos. Ya lo advirtió Séneca con su célebre Cui prodest, ¿qué hogaño pone en evidencia las mendaces intenciones de este gobierno del pueblo?; ¿quién se aprovecha, quién sale ganando con todo este lío? Pues, miren ustedes (como dicen los peperos), no precisamente ese pueblo explotado al que defendía Mr. Hood, sino los nobles sin escrúpulos defendidos por el Sheriff de Nothingam, ese es precisamente el papel de don Mariano El Trasvasador. Necesitamos un Robin.

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