Síguenos en redes sociales:

El califato confirma la debilidad de Irak

La más sombría de las posibilidades sería la transformación de la pugna sectaria en una guerra civil

Las razones invocadas por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para desencadenar en Irak una operación contra las milicias del Estado Islámico (EI), que se han adueñado de una parte del país, se antojan de peso, aunque pudieran ser solo un pretexto para volver a un escenario de pesadilla sin alarmar a la opinión pública. Los últimos éxitos del EI frente a los peshmergas --combatientes kurdos-- deben entenderse como un avance cualitativo en la capacidad militar de las huestes del autoproclamado califa Ibrahim, pues los analistas del Pentágono consideran a los milicianos a las órdenes del Gobierno autónomo del Kurdistán los mejor entrenados y mejor equipados de Irak. Y la orden de atacar de Obama puede analizarse a la luz de la doctrina tantas veces repetida por Henry Kissinger: Estados Unidos debe aprender a convivir con la nueva realidad árabe siempre y cuando no dañe sus intereses.

Desde el 10 de junio, cuando los yihadistas tomaron Mosul, han ido en aumento los riesgos para los intereses estadounidenses. Así ha sido como finalmente Obama, que quiso dejar Irak con sigilo, ha regresado de forma ruidosa al peor de los campos de batalla. Al hacerlo ha confirmado, además, tres de los peores presagios: primero, que el desafío del EI tiene una gran capacidad de contaminación regional; segundo, que la extensión del califato ha borrado los límites de Siria e Irak y ha puesto en duda la vigencia de un reparto territorial aplicado por Francia y el Reino Unido al final de la primera guerra mundial; tercero, que el Gobierno iraquí es incapaz de garantizar la seguridad e integridad dentro de sus fronteras.

Cuando el semanario británico New Statesman dice literalmente que "Irak tiene la desgracia de contar con Nuri al Maliki como primer ministro" está lejos de emitir una opinión radical. Antes al contrario, ofrece un diagnóstico preciso de los problemas engendrados por el sectarismo desbocado del jefe de Gobierno, chií, en su relación con las comunidades suní y kurda. Porque la eficacia del EI para hacerse con una parte de Irak y la ineficacia del Ejército iraquí para evitarlo está en íntima y directa relación con la torpeza de Al Maliki para llevar a la práctica lo que el Departamento de Estado llama "política nacional inclusiva". Una situación a la que no es ajena la torpeza no menor estadounidense de borrar de un plumazo todas las estructuras de poder existente en Irak a la derrota de Sadam Husein para crear otras de nueva planta, tan venales como las liquidadas y bastante menos consistentes.

Por este camino se llega sin dificultad a la más sombría de las posibilidades de futuro: la transformación de la pugna sectaria en una guerra civil en la que la comunidad suní de Irak, marginada por Al Maliki, se sume al combate del EI, y la comunidad chií cuente con el apoyo coyuntural del nacionalismo político kurdo y de las confesiones minoritarias --yazidís, diferentes confesiones cristianas--, según el esquema desarrollado por el profesor Hayder al-Khoei.

Una guerra civil que afectaría, a su vez, al organigrama general de seguridad de la región y dañaría intereses estratégicos de Estados Unidos, como ya lo hace ahora el dinamismo guerrero del EI e hizo Al Qaeda en el pasado, mediante el terrorismo global, con parecidas dosis de fundamentalismo religioso y prédica antioccidental.

Periodista

Pulsa para ver más contenido para ti