Dos de los géneros más autóctonos de las letras hispanas son, sin duda, la picaresca y el esperpento.

La primera lleva un tiempo de moda, además de en nuestras letras, en la política española, donde no hay día sin que un nuevo pícaro salte al teatrillo nacional con su ciego a cuestas, a quien va orientando y limpiando sin piedad.

En cuanto al esperpento, asimismo ha saltado como pandémico género a un albero público cuajado de personajes ridículos, mensajes grotescos e irrisorias ocurrencias.

El escritor Pablo Sebastiá ha elegido precisamente este registro para elaborar una historia --La sonrisa de las iguanas (editorial Reino de Cordelia)-- que se lee con una sonrisa, a ratos de puro ocio y celebración, pero otras más reflexivamente, porque a menudo la sátira, tantas veces implícita en la carcasa del esperpento, contiene tantas dosis de verdad como la realidad misma.

Imagínense, por ejemplo, a un concejal independentista del Ayuntamiento de Barcelona ingresado en un establecimiento que responde al nombre de Instituto Mental Europeo. Imagínense que los enfermos no se resignan a permanecer estabulados en sus habitaciones, respondiendo mansamente a la medicación, sino que, enervados por un súbito e insólito impulso reformista, y logísticamente apoyados por grupos anti--sistema, se lanzan a cambiar el mundo, o al menos el hospital donde residen. Sobre este disparatado argumento, Sebastiá va tejiendo un ramillete de historias individuales y episodios comunes que nos invita a reírnos a mandíbula batiente y a preguntarnos si, en el fondo, todos esos próceres satirizados por el autor no serán verdaderamente así, monstruos, locos, insanos mequetrefes derivados al poder por una audacia mentecata, la del loco, capaz sin embargo de doblegar el voto y hasta la opinión.

Esta tesis de Pablo Sebastiá, la de que estamos gobernados por una amplia serie de pirados, es compartida por mucha más gente de la que creemos. Frente a la tiranía del absurdo quedan las armas de la inteligencia y del humor, nos quedarán Valle--Inclán, el Lazarillo, Gómez de la Serna, Quevedo, Mihura y Jardiel Poncela (que, además, procedía de Quinto de Ebro).

Riamos, leamos, resistamos, vivamos...