Tiempo atrás, mi habitual medio de transporte eran las piernas. Ahora recurro a menudo al autobús y al taxi. Y me he dado cuenta de un hecho: caminar es una actividad personal mientras el taxi y el autobús me introducen en un pequeño ámbito social. Y así voy coleccionando experiencias que me son muy ilustrativas. No existe el taxista como tipo humano. Como no hay el médico, el vecino o el cocinero.

No sé si aún existe, en Londres, el taxista al que si yo le hacía una señal se paraba, bajaba la ventana y yo le preguntaba si me querría llevar a una dirección concreta. El conductor me decía: "Con mucho gusto, señor". Un minidiálogo de cortesía. Ahora veo a menudo que el taxista solo espera a que yo suba y le diga la dirección a la que quiero ir. Cuando yo le informo solo puedo esperar que me haya entendido.

Muchos ciudadanos también se limitan a dar la orden y desde ese momento se desentienden, y si los clientes son dos o tres personas es habitual que se pongan a hablar. No es que yo siempre esté callado. Hace pocos días cogí un taxi y al cabo de pocos segundos el conductor conectó con alguien por radio. Hablaba una lengua desconocida para mí. Me permití preguntarle qué lengua era aquella. Me lo dijo: urdu, una lengua indoaria. Hay taxistas y clientes de todo tipo. Como ascensores, donde solo se pregunta: "¿A qué piso va?". O se cruzan algunas palabras si se coincide con un vecino. El ascensor es un minúsculo ejemplo social: indiferencia o civilidad.

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