Hace 401 años, un domingo, como hoy, 23 de abril, enterraron a Cervantes. Cuatro días antes había escrito: «Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a Vuesa Excelencia». Moría pobre, como nació, sin fama de gran literato pero con cierta popularidad por haber escrito un libro gracioso. Con un pie en el estribo, dedicaba su última página a adular a un poderoso que lo protegía y le permitía seguir publicando. Hay que joderse.

Las ficciones han hecho avanzar a la humanidad pero en muchos casos a los creadores les ha corrido mal pelo. Tal vez porque sus inventos incitaban a pensar, por eso la historia está llena de listas de libros prohibidos. Quizá la ficción comenzó el día que el sapiens vio morir a un ser querido. La muerte es una disrupción cognitiva, un barranco insondable que hay que vadear con la fábula. Se inventó una vida más allá de la muerte, el paraíso, los dioses, los libros sagrados, el eterno retorno... Los enterramientos y las fábulas marcan el despegue de la humanidad. Después la literatura dejó el más allá para preocuparse del aquí. Apareció la novela, una destructora de prejuicios y una explosión de libertad.

Como hoy se festejan los libros, que salen a la calle con camisa blanca y sonrisa fresca, me uno a la fiesta comentando los más queridos. En el apogeo imperial español apareció El Lazarillo. Bajo una envoltura amable e irónica se esconde un mensaje vitriólico. Lázaro nos cuenta cómo su madre, incapaz de mantenerlo, lo pone de criado de un ciego. Tras sufrir hambre y penurias con diversos amos, consumados hipócritas, logra el puesto de pregonero por mediación de su esposa. Corre el rumor de que su mujer se acuesta con el arcipreste de San Salvador de Toledo, pero Lázaro acepta burlonamente el hecho porque se ha pasado al lado de los buenos y come todos los días. El autor no se atrevió a firmar la obra; en aquellos tiempos quemaban al que propalaba verdades.

Para conocer la España de finales del XIX hay que leer La Regenta. Cuando la leí de adolescente supe que se podían edificar catedrales con palabras. En este potente simulador de realidad virtual aparecen con más fuerza que si estuvieran vivos el Magistral, don Víctor... Y Anita Ozores, que despierta de su desmayo en la catedral sintiendo en la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

Orwell participó en la Guerra Civil española combatiendo el fascismo. Lo seguiría haciendo en la Segunda Guerra Mundial. Mientras los alemanes bombardeaban Londres concibió la novela 1984. Solo un escritor insobornable y lúcido podría escribir una bomba de acción lenta contra el comunismo en el que un día creyó. Cuando apareció la novela en 1949 se consideró que exageraba las lacras de la dictadura soviética. Después conocimos los asesinatos en masa y el Gulag y comprendimos que el escritor era un visionario.

Actualmente Cercas nos propone revisar el inmediato pasado para iluminar el futuro. Lo hizo anteriormente con Anatomía de un instante, una obra de ficción novedosa que finge ser una crónica del golpe del 23F. Lo vuelve a hacer con su última novela y afortunadamente crea polémica, una característica a la que va unida la buena literatura. No me queda más espacio, buenas lecturas.

*Escritor