Síguenos en redes sociales:

Una cosa de locos

Fran Osambela

Paranoicos

Una Constitución no es más que el instrumento básico sobre el que se articula una sociedad. No viene escrita a cincel en piedra sino que es fruto de un pacto social y político, y como tal debería contemplar una realidad cambiante, atender la creciente diversidad y complejidad y dar respuestas a los nuevos (y viejos) problemas. Quizá una de las razones por las que algunos mitifican hasta el extremo nuestra actual Carta Magna, como si fuera eterna, inamovible e irreformable, estribe en que hoy un pacto de altura como el del 78 se antoja imposible. Claro que entonces todos los partidos se alimentaban de expectativas y nadie podía permitirse quedarse atrás con cerrazones.

Ahora los políticos, la gente que se supone que nos representa (conviene recordarlo), son presa de continuos estudios demoscópicos (y por tanto de movimientos cortoplacistas) y del terror a perder cuotas de poder e influencia, por encima de la sana ambición del largo plazo y del bien común general. Así, 40 años después, la democracia española se ha convertido en un conmigo o contra mí donde hay una gran habilidad para polarizar los conflictos, como el catalán, una temeridad que anula la posibilidad de lugares de encuentro.

El PP no está en condiciones de perder más votos y, vaciando la posibilidad de un verdadero diálogo, se escora para contentar y contener a su derecha. Vox solo dio un primer aviso, tampoco cuajó UPD, pero sí Ciudadanos, que apoya a la espera del desgaste de los populares manteniendo su discurso recentralizador, quizá el único punto en el que han sido coherentes con su programa. El PSOE (con sus disidentes «por error») sigue en su encrucijada y Podemos, buscando ese espacio distópico entre las instituciones y la calle.

Ya está aquí el 1-O y todo está por resolverse (y lo que queda). Unos llegan a esta fecha tras ocultar sus responsabilidades políticas detrás de los aparatos judicial y policial, unas supuestas Tablas de la Ley a las que llaman Constitución y un fiscal general reprobado por el Congreso. Y otros, habiendo convertido su tradicional victimismo en una delirante revolución ¡desde arriba! -¿oxímoron?-, un asonada de salón, una huida hacia adelante en la que creen que se puede correr sin pisar el suelo, que se puede romper un Estado con una votación de mentira. Todo demasiado complicado. O quizá todo tan sencillo como lo define Martín Caparrós: «La patria es una idea paranoica y la paranoia siempre vende bien». *Periodista

Pulsa para ver más contenido para ti