Ahora que de nuevo se acerca un 15-M, podemos recordar aquellas jornadas vertiginosas en las que la gente, como movida por un invisible resorte, se lanzó a calles y plazas para gritar su indignación, para mostrar su hartazgo frente a la corrupción y el latrocinio en el que se había instalado una buena parte de la clase dirigente del país. La crisis hacía más insoportable la evidencia de que unos pocos vivían, a cuerpo de rey, a expensas de la mayoría social.

Esa indignación llevó a una mutación del espacio político, con la aparición de fuerzas y movimientos que pretendían canalizar ese descontento. Fue el origen de Podemos primero, de las mareas y los comunes, más tarde. El sistema se empezó a inquietar ante las dimensiones que alcanzaba ese descontento y ante la posibilidad de que las fuerzas políticas que lo expresaban consiguieran alcanzar una posición de influencia social, como acabó pasando en muchos ayuntamientos. Y se decidió a actuar, con la inteligencia que suele caracterizar al sistema, llegando a la conclusión de que Ciudadanos, un partido joven, dirigido por gente joven, no implicado en escándalos y con presencia solamente en Cataluña, podía ser la herramienta para canalizar, desde los intereses del sistema, el evidente malestar.

Ante la fuerza de Podemos, que atrae en un primer momento a diferentes sectores sociales, resultaba evidente que Ciudadanos no podía presentar un perfil conservador, sino que debía competir con Podemos en una imagen antisistema, pero dentro del sistema, del orden. Ello aconsejaba un perfil moderadamente izquierdista, que es el que puede reconocerse en sus primeras declaraciones y gestos, como la alianza con Pedro Sánchez. Ciudadanos quiere presentarse como un partido que se enfrenta con contundencia a los males que acechan a la democracia española, en especial la corrupción, de la que el PP es la imagen más reconocible.

Sin embargo, el paso del tiempo ha ido mostrando la verdadera cara de Ciudadanos. En un primer momento, sus constantes contradicciones y cambios de opinión podían ser interpretados como fruto de su juventud e inexperiencia. Ahora ya sabemos que no eran sino la consecuencia necesaria de la contradicción existente entre la apariencia progresista que se pretendía trasladar y el verdadero ideario político, tremendamente conservador, de Ciudadanos. En Francia, Macron, referente político declarado de Albert Rivera, ha conseguido en un año poner patas arriba el país, sumido en una ola de huelgas sin precedentes en transportes, educación, sanidad, pensionistas, como consecuencia, precisamente, de que quien llegó a la presidencia de Francia con palabras de progreso, ha acabado por convertirse, como titula la prensa francesa, en el presidente de los ricos, fiel a la estrategia neoliberal que comparte con Ciudadanos. Macron y Rivera comparten un proyecto que atenta contra los derechos más elementales de la ciudadanía, en beneficio, como siempre, de las grandes fortunas. Algo lógico pues, efectivamente, son esas grandes fortunas las que han levantado los chiringuitos que gestionan, por delegación, Macron y Rivera. En Aragón, la verdadera cara de Ciudadanos se acaba de poner de manifiesto con la reforma del impuesto de Sucesiones, medida que solo va a beneficiar a un 10% de la población, el 10% más poderoso, claro está.

Uno de los campos donde Ciudadanos ha cambiado de manera más evidente, y decepcionante, su discurso, es en el de la corrupción. Parecía que, al menos en ese campo, quienes pretendieran canalizar la indignación ciudadana debieran mantener una posición intransigente. Muy al contrario, Ciudadanos se ha convertido en el báculo de apoyo de un PP enfangado en la corrupción. Lo hizo en Murcia, lo ha vuelto a hacer, rizando el rizo, en la Comunidad de Madrid, donde apoyará como candidato a la mano derecha de quien acaba de dimitir asediada por los escándalos. Poca duda cabe de que el PP de Madrid (González, Granados, Aguirre, Gallardón, Cifuentes) es una máquina corrupta que cualquier persona decente debiera, como medida profiláctica imprescindible, apartar del poder. Bien al contrario, Ciudadanos apuntala esa maquinaria y, por tanto, se hace cómplice de la misma.

En resumidas cuentas, un absoluto fiasco. El repuesto del PP, pues parece que lo va a ser, se convierte, a pasos agigantados, en una fotocopia del original. Desgraciadamente, la derecha española no ha sabido hacer la regeneración que los tiempos exigían.

*Profesor de Filosofía de la Universidad de Zaragoza.