Soy una amante del Ebro. Nací en un pueblo de la Ribera Baja, aprendí a nadar en sus aguas bajo la tutela de mi padre, tengo recuerdos hermosos de mi infancia jugando y nadando en sus playas de Alborge. Luego disfruté en las playas de Zaragoza y recuerdo cruzar el río con mi padre en verano. Salvo un pequeño trozo, tocábamos en suelo, porque era el caudal más bajo propio del estío. Estas experiencias quedaron grabadas en mi mente en forma de recuerdos de colores, olores, sonidos de pájaros y sabores de la pesca de los barbos, madrillas e incluso anguilas. En los años 60 del siglo pasado, mas de 30 familias del Arrabal vivían de la pesca del Ebro en la zona de Zaragoza. Las familias con su hijos se refrescaban en las playas de la Almozara, de Helios y en la desembocadura del Huerva, entre otras. Se comía tortilla, croquetas y empanadas, además de ensalada y fruta, vino con gaseosa y se pasaba el domingo y días de vacaciones en el río. Éramos felices con poca cosa. Los niños jugaban con piedras, cañas y con mucha imaginación. Sin darse cuenta también incorporaban a su memoria el olor del río, el vuelo y sonido de las garzas, picarazas, mirlos, milanos, gorriones y cigüeñas. Y veían saltar carpas y otros peces.

Llegó la industrialización y las redes de aguas residuales de los pueblos y el Ebro se contaminó y se acabaron los baños de verano. Se crearon las piscinas municipales y privadas y cambiamos de escenario. Cambiaron los colores, los olores, se olía al cloro de la piscina, signo de limpieza, y perdimos la belleza desde dentro del río y la sombra de las arboledas y los sotos; teníamos sombrillas y los primeros sauces llorones. Había socorristas, el césped que tanta agua consume y teníamos barra de bar y restaurantes.

Como profesora de Salud Ambiental, enseño desde hace décadas Salud Pública desde el enfoque de cómo funcionan los ecosistemas. El río Ebro, el más caudaloso de España, forma parte de mi biografía y he visto cómo llegó a casi el estado de cloaca. Malos olores, irisaciones en su superficie debidas a la presencia de grasas, basura flotante… que caracterizaron las dos últimas y penosas décadas del siglo XX.

LUEGO VINO la gran amenaza del trasvase del Ebro, la huelga de hambre de 1999, las grandes manifestaciones en Zaragoza, en Valencia, las marchas al Sur, las canciones de Labordeta y la Ronda de Boltaña. Me siento orgullosa de haber participado en estos grandes actos sociales reivindicativos organizados por Coagret (Coordinadora de los afectados por grandes embalses y trasvases de los pueblos de los hermosos valles pirenaicos) que han ayudado a cambiar la sensibilidad de los aragoneses en relación con los ríos y la naturaleza en general. Hoy tenemos claro que hay que discutir qué pantanos hay que hacer, y si es necesario recrecer o hacer trasvases. Entre grandes y pequeños hay 99 embalses según la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro), primera cuenca de gestión de un río que se creó a nivel mundial. Recordando a la Ronda de Boltaña: «Somos un pueblo de agua en viejo país, abrazados a un río queremos vivir…» Tenemos la FNCA (Fundación Nueva Cultura del Agua) fundación ibérica que nació en Zaragoza con el enfoque científico). Ebronautas empresa spin-off formada por geólogos que nació con una ayuda de la Universidad de Zaragoza y que realiza descensos educativos y recreativos desde la Ribera Alta a la Baja, analizando historia y presente de nuestro Ebro y afluentes.

El gran neurólogo Antonio Damasio está poniendo en valor la importancia de las emociones y sentimientos en la formación del cerebro y su papel en la inteligencia y la cultura humanas. El pasado 28 de junio un grupo de alumnado y profesorado del Máster de Iniciación a la Investigación de Ciencias de la Enfermería, remando en balsas, realizamos el recorrido de Juslibol hasta el embarcadero de Vadorrey, con los Ebronautas. En una pausa, enfrente del Pilar, realizamos un diálogo intergeneracional sobre qué impresiones teníamos del trayecto realizado y la respuesta de los que hacían por primera vez el descenso fue: «El Ebro está mucho mejor de lo que yo pensaba; está increíble». «Tenía los olores de mi infancia». A ello añadían, está limpio, es un gustazo deslizarse, remar y dejarse llevar, hay momentos que no vemos casas, todos son árboles y plantas de ribera, ¡que bonito está el Pilar!. ¿Y no es peligroso? ¿Y la fosa de San Lázaro?

EN LOS AÑOS 60 del siglo XX solo algunos hombres de la ribera sabían nadar. Hoy casi todo el mundo aprende desde pequeño. Por tanto, crear mitos de los peligros del río era un forma de evitar accidentes, como bien cuenta José Ramón Marcuello en su libro de Mitos, leyendas y tradiciones del Ebro. Cierto que existen zonas profundas debido a las dolinas, pero no se tragan barcos ni personas. Eso sucede en las novelas de aventuras. Al día siguiente de nuestro paseo por el Ebro, varias personas expresaron el relax que habían sentido al finalizar el descenso.

La construcción de depuradoras de aguas residuales, impulsada desde el inicio del siglo XXI por la normativa europea, nos brinda la oportunidad de volver a disfrutar de nuestros ríos en general y del Ebro en particular. Realizar paseos por el cauce de este último es una inmersión en el ecosistema del río que produce efectos sedativos. Es la fluviofelicidad y fluvioterapia, términos de Martínez Gil, que nos ofrece la naturaleza a las puertas de nuestra casa. Remar, dejarse deslizar, bañarse, percibir la ecología del río desde el centro de su cauce, superar prejuicios y disfrutar de él es un regalo que nos da nuestro Ebro vivo. ¿Y si volviéramos a bañarnos en el Ebro? Nuestros niños y jóvenes aprenderían con los sentidos todo lo que nos ofrece.

*Profesora titular Universidad de Zaragoza cgerman@unizar.es