Me gustaría reflexionar con una cierta distancia con respecto a una cuestión que, en su momento, desató encendidos debates en la izquierda, las últimas presidenciales francesas, en las que, en segunda vuelta, se enfrentaron el actual presidente, Emmanuel Macron, y la candidata de la ultraderecha, Marine Le Pen. Hay que recordar que en la primera vuelta, el candidato de la izquierda radical, La France Insoumise, obtuvo unos magníficos resultados que estuvieron a punto de hacerle pasar a la segunda vuelta. De tal manera que sus votos se antojaban fundamentales para decantar la balanza entre un candidato que representaba los valores neoliberales más extremos y otra con posiciones neofascistas.

El debate se suscitó, entre otras cuestiones, porque Mélenchon, candidato de La France Insoumise, no marcó una posición cerrada de voto a sus simpatizantes, dado que entendió, a mi juicio con muy buen criterio, que no debía ser él quien se pronunciara sobre esa cuestión, sino el conjunto de la organización, pues a él se le había elegido para ser candidato a la Presidencia de la República, no para hurtar debates a una organización que se quiere plural, horizontal y democrática. Posición muy acorde con esa nueva cultura política que pretendemos desarrollar y que Evo Morales resumió en la expresión «mandar obedeciendo». Sin embargo, desde otras posiciones, en el debate español sobre el tema, se entendía que Mélenchon debía aprovechar su influencia política para lanzar un claro menaje que cerrara el paso a la ultraderecha.

Porque lo esencial del debate se produjo entre quienes defendían que era preciso parar a toda costa la posibilidad de una victoria de la extrema derecha y quienes se mostraban extremadamente reticentes a dar su voto a un neoliberalismo montaraz que está poniendo patas arriba el planeta en su conjunto. Hay que decir que, claro, el debate en España era más sencillo, ya que no estábamos llamados a las urnas, por lo que nadie se veía en el brete real de tener que optar entre Macron y Le Pen. Y dar lecciones desde la barrera a todos se nos da muy bien.

Parar al fascismo o no colaborar con el neoliberalismo. En el imaginario de la izquierda, parar al fascismo posee unas enormes resonancias históricas, que se sintetizan en la consigna «no pasarán». Parar al fascismo es, sin duda, tarea de cualquier militante de la izquierda. Y sin embargo, ¿qué ocurre si para parar al fascismo es preciso elegir otra opción que, finalmente, alimenta al fascismo? Y el neoliberalismo, lo vemos día a día, con su políticas económicas de precarización, con su desmontaje del estado social, su agresión a las pensiones, es el caldo de cultivo en el que el fascismo se reproduce a placer. No estoy diciendo, quiero que se me entienda bien, que neoliberalismo y fascismo sean una misma cosa. En absoluto. Lo que digo es que el neoliberalismo, al desproteger por completo a la población y precarizar la vida de las personas, fomenta un miedo e inseguridad que llevan a cierta gente a abrazar posiciones de extrema derecha. Y de ese modo, hace la campaña electoral al fascismo para las siguientes elecciones.

Si planteo esta cuestión no es para sentar cátedra, sino para mostrar mi incertidumbre. Las políticas de Macron están generando un enorme malestar social en Francia, a pesar de que no se vea reflejado en nuestros medios de comunicación, atentos siempre a los fundamentales sucesos de Venezuela. En mayo, todos los sectores públicos, educación, sanidad, transportes, estuvieron en huelga. Y una parte de ese malestar social nutre a la extrema derecha. Por eso, ante la consigna «parar al fascismo», la pregunta es cómo y cuándo. Pues si se piensa que el fascismo es un problema real, habrá que entenderlo así en todo momento, y no solo en, o tras, un proceso electoral.

Quizá la izquierda, toda ella antifascista, sin duda, debiera caminar, conjuntamente, hacia un horizonte antineoliberal, para hacer frente, a la vez, a un neoliberalismo depredador y a su hijo más nefasto, el fascismo.Es solo una reflexión. Pero debiéramos irlo pensando.

*Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.