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Tercera página

Andrés Ortiz-Osés

¿Goya homoerótico?

La delicada afectividad del de Fuendetodos quizá explique la melancolía brumosa de su pintura

La estupefacción recorre nuestra historia del arte. Goya, el viejo arquetipo patriarcal en su versión aragonesa e hispánica, sería homoerótico, para decirlo finamente. Su íntima amistad con su amigo de infancia Martín Zapater de Zaragoza así lo confirmaría. Manuela Mena habla de «amistad amorosa», y en sus cartas el gran pintor se decanta por un auténtico amor homoerótico, en el que la amistad se desborda sensualmente, hasta acabar firmando, enamorado, con su nombre y el del amado en conjunción sentimental. Ello no equivaldría a hacerlo homosexual, sino homosensual.

Goya el españolón ceñudo y brioso, hosco y sordo, tozudo y cabezón, pero ilustrado y afrancesado. Goya el crítico y satírico, con su pintura agria pero fina, sensible y modernísimo. Goya de los contrastes y la negrura, del desasosiego y el desafuero, pero intuitivo, valiente y radical. Goya el de La Maja no excesivamente maja, el de La guerra y la paz, del Coloso, Saturno y Duelo a garrotazos, pero también de los Fusilamientos del 3 de mayo, con el blanco-negro protagonista alzando los brazos al cielo, emergiendo de la noche como alma en pena.

Goya el heroico y el antiheroico, el pintor corrosivo de la Corte y la Iglesia, pero que pinta a ambas ambiguamente, el librepensador amenazado y amenazante. Goya el de las mujeres extrañas y el de su amigo del alma, Goya y su visión ambivalente hipermoderna. Quizás su homoafectividad revele una afectividad especial y un criticismo oblicuo de la vida oficial, desde una concepción burlesca y aún carnavalesca de la vida, proyectando su perspicacia más acá de lo consabido, y su profundidad visual más allá de lo previsto. Goya y su homofilia abre una perspectiva inédita hasta la fecha, puesto que trastoca y revisa la pintura de un genio que pinta y enmarca la distorsión de nuestra coexistencia tan poco pacífica.

Ha dicho el Papa Francisco que la homosexualidad parece hoy una moda, pero más bien se trata de un viejo/nuevo modismo o modalidad del amor. Cuya moralidad depende de su ejercicio positivo o negativo, humano o deshumano, amoroso o desamoroso.

El auténtico amor es como una amistad con alas, y en el caso de Goya el propio autor habla de la inspiración amorosa de su amistad. Pues ya se sabe, el amor es lo más honroso o lo más deshonroso, según sus modos o modales lo sean. Pero en sus cartas Goya adora al amado, y ello lo delata positivamente. Lobo Antunes ha podido afirmar que para el latino e ibérico la amistad es más importante que el amor, porque no nos deja solos.

La presunta homoerótica de Francisco de Goya, Paco para el amigo, se inscribiría en un amplio e irregular contexto histórico que lo acercaría al Olimpo de Apolo y, en la tierra, a Gilgamesh o el rey David, a Aquiles o Alejandro Magno, Safo, Sócrates o Platón, Ibn Arabí, Montaigne o Erasmo, Leonardo, Miguel Ángel o Shakespeare, V.Woolf, T.Mann o M.Yourcenar. Todos ellos y ellas, incluido al parecer nuestro Goya, conciben el amor como un preservar la originalidad del otro a expensas de uno mismo, sabedores de que el amor no peca, sino solo el mal amor y el desamor. La homoerótica es pues tan respetable como se haga respetar, ya que el amor vence solamente si convence.

Pues bien, la delicada afectividad de Goya quizás explique la melancolía brumosa de su pintura, así como cierta misantropía y pesimismo que tiende a lo grotesco. Desde esta nueva perspectiva goyesca, cabría interpretar la obra contundente de nuestro creador como la recreación de una realidad distorsionada o desencajada, oscura y desangelada, extraña. A partir de ese trasfondo claroscuro, nuestro pintor define su pintura como un acto de amor y salvación: de amor salvador de el/lo otro en su prostración o extrañamiento.

*Filósofo y antropólogo

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