Andaba yo medio depre (me pasa siempre que estoy a punto de cumplir un año más), y pensando que quizás me he desfasado en lo que a interpretar la política se refiere. Entonces repase las candidaturas a las generales, y de repente me vi arrebatado por una ola de optimismo. Porque, visto lo visto. me creo más que preparado para analizar los acontecimientos venideros. Se lo explico.

Para empezar, de tauromaquia voy bien. Mi amigo Ricardo Vazquez Prada (paradigma de aficionado progresista) me enseñó a diferenciar entre una chicuelina y una manoletina, o entre un ensabanado y un berrendo. También sé distinguir la pericia de un banderillero en el encuentro y la colocación de los palos (lo advierto para que el candidato oscense lo tenga en cuenta).

Más aún: estoy puesto en el tema de las armas de fuego. Entiendo los calibres (el métrico decimal, el inglés por milésimas de pulgada y el norteamericano por centésimas), los distintos artefactos tanto históricos como actuales e incluso las ventajas e inconvenientes de cada uno de ellos. Soy un tirador aceptable y poseo desde muy joven la rara habilidad de saber de inmediato cómo manejar una pistola o un fusil. Es un extraño sexto sentido en un tipo tan pacifista y tan poco militarista como un servidor. Pero ahí está.

Así que el otro día, mientras brindábamos por el éxito del libro que han escrito Cristina Monge (que como es sabido me tiene loco) y Pepe Verón, un grupo de amigos decidimos que nada de lo que ocurra nos será ajeno. Nos imaginamos a nosotros mismos paseando por la nueva España reconquistada con la Franchi Affinity al hombro, el Cossío bajo el brazo y en la muñeca el reloj de la Guardia Civil que venden en Galería del Coleccionista. ¡Ah, bueno! Y si de replicarle a López Obrador se trata, todos recordamos perfectamente la Historia de España aprendida en los Sesenta. A nosotros no nos encaloman leyendas negras ni los mexicanos ni los pérfidos ingleses.

Llevo tiempo sin ver una corrida ni tirar al blanco. Pero me pongo al día en un santiamén.