Los nuevos partidos políticos irrumpieron allá por el 2015 de la mano de un concepto, transversalidad, al que otorgaron naturaleza de herramienta útil para sortear prejuicios y favorecer pactos. Venían a abrir el escenario político y no han logrado sino radicalizar más aún los dos grandes bloques. Tras la sacudida de la crisis económica y la complejidad de la situación resultante se hacía precisa una amplia perspectiva para encontrar nuevos marcos de acuerdos. Pero desgraciadamente no ha sido así.

Podemos nació transversal y recogió la pluralidad del 15-M y su enorme riqueza simbólica, pero su estrategia de saltar rápidamente a todos los fuegos y pequeñas chispas mientras pisaba toda clase de charcos, por pequeños que fueran, ha cortocircuitado y diluido la potencia de su mensaje central, donde debería haber concentrado su energía y al que demasiadas veces ha llegado exhausto. En tiempo récord han pasado de acariciar el sorpasso al PSOE a desintegrarse en una maraña donde son más notorios los desgajes que las alianzas.

Sirva como ejemplo el laberinto madrileño, donde cunden criterios distintos según se trate de elecciones generales, autonómicas o municipales. Del plan inicial del programa aglutinador se ha pasado a que cada corriente o movimiento se conforma con alcanzar el 5% de los votos. Es decir, con no quedarse fuera. Ese desgastado mantra de aprender de los errores y caminar unidos suena hoy como una jaculatoria.

La idea de transversalidad que ha desarrollado Ciudadanos también ha sido la historia de un fraude, con el único fin de pescar votos aquí, allí y más allá. Después de pasar de socialdemócrata a liberal, su explícita táctica pasaba por superar la diferencia izquierda/derecha pero ha quedado en evidencia cuando Suárez Illana, ahora con Pablo Casado, ha revelado que el oscuro grupo de presión Libertas le ofreció siete millones para crear un partido que compitiera por la derecha con el PP, y que fue posteriormente aliado de Albert Rivera.

La hegemonía electoral en la derecha está por decidir y quien finalmente sea vicepresidente culminará su fracaso personal. Mientras, ambos acumulan esperpento tras esperpento. Ahí va el penúltimo: intervención televisiva entre niños en la que Casado exhibe su habitual simplismo al explicarles que la izquierda se fija en los colectivos y la derecha en las personas. Uno de los pequeños le pregunta: «Pero lo importante es colaborar, ¿no?». Todavía está buscando la respuesta. H *Periodista