El Hollywood de hace cien años era menos pacato que el actual. De hecho, el despiporre era tal que en 1929 y después de un montón de idas y venidas con la censura, los grandes estudios deciden autorregularse mediante el código Hays, un manual de conducta que impedía que las pantallas se llenaran de sexo y drogas. Concluía con ello la época de las fiestas de tres días en mansiones de estrellas, y de las descaradas y agudas comedias de enredo de los años 30. Hasta la derogación del código Hays, en 1968 y, sobre todo, a partir de ese momento, Hollywood no ha dejado nunca de mostrar carnalidad cuando se le ha terciado o lo ha requerido o exigido el guion. Así era sobre todo en los 80 y 90, la época dorada de los thrillers que querían ser de alto voltaje (¿cuántas moquetas no habrán quedado inservibles por culpa de los imitadores del momento nata de Nueve semanas y media?), que servían para crear ídolos eróticos. Del mismo modo, el celuloide solía ser prolijo en whisky y cigarrillos, pero ahora Netflix ha anunciado que reducirá la aparición del tabaco en las series de producción propia después de haber sido duramente criticada por la cantidad de escenas en las que hay alguien fumando en Stranger things, un título ambientado en los 80. Se podría hacer una lectura muy optimista y pensar que la industria del cine ya no cosifica los cuerpos o creer que siente un interés por los pulmones de sus espectadores, igual que sería erróneo pensar que todo obedece a una malvada conspiración políticamente correcta. El auténtico pecado de Hollywood-Babilonia nunca fue la lujuria, sino la avaricia. H *Periodista