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Sala de máquinas

Juan Bolea

El baloncesto como una de las bellas artes

El último partido del Casademont Zaragoza contra el Retabet Bilbao en el Pabellón Príncipe Felipe deparó un espectáculo brillante, en lo deportivo, y muy interesante en cuanto a táctica competitiva, pues el entrenador del Casademont, Porfirio Fisac, dio una lección de estrategia.

Es Fisac un míster racional, cuyas decisiones, tomadas con la frialdad de la lógica, y no con el impulso de la emoción, son entendidas y, por lo general, compartidas por la grada. Los espectadores asimilan en el acto los movimientos del banquillo porque siempre obedecen al propósito de mejorar el juego desde el principio de obtención del máximo rendimiento tanto en la jugada siguiente como en su dosificación a lo largo del período en disputa.

Al comprobarse desde la grada que, en la partida de ajedrez, nuestras piezas superan a las rivales en suma de puntos, fortaleza defensiva, interposición de bloqueos y obstáculos para limitar el juego del contrario, el aficionado disfruta y piensa, con razón, que su equipo no es una pandilla de amigos, sino una estructura armónica y dúctil, capaz de adaptarse, desplegarse y replegarse, y de multiplicarse a base de adjudicar correctamente los papeles adecuados en el drama que se celebra en la cancha.

Orden, jerarquía, estrategia... Por supuesto, pero también una rienda suelta a la inspiración. Fisac no censura ni reprende, deja a sus muchachos jugar, inventar, permitiendo, sabedor de que ese factor enamora al público y gratifica al jugador, aflorar la fantasía. Tanto vale, viene a decir, un triple como una marca, una bandeja como un tapón si el grupo en pista es capaz de decidir quién y cómo hace qué y qué hacer en los momentos difíciles.

Contra el Bilbao sólo sufrimos los primeros minutos, un 0-9 abajo que no perturbó a Fisac. El resto del partido anuló por completo la estrategia del rival, dirigido por un Alex Mumbrú hecho un ovillo, maniatado, desnortado por el orden, la disciplina y la imaginación del Casademont.

Cuyo patrocinador, Jorge Costa, que parece haber traído buena suerte, se mostraba orgulloso de su aportación. Ojalá hubiera muchos empresarios como él, y muchos entrenadores como Fisac.

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