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Una cosa de locos

Fran Osambela

Nariz tapada

El sociólogo Ralf Dahrendorf recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el 2007 por su «excelente magisterio», y por su defensa de Europa y el Estado del bienestar basado en «sociedades abiertas y cosmopolitas» en las que arraiguen y se defiendan los derechos y libertades y donde se garantice la extensión universal de las oportunidades vitales. Poco antes, en el 2005, el galardonado había mostrado su preocupación sobre cómo la globalización amenzaba la libertad de la voluntad democrática, y advertía sobre el nuevo regionalismo antiliberal, el autoritarismo político, entendido como la independencia del aparato de los partidos respecto de sus militantes y la apatía de los ciudadanos.

Según el también politólogo, de origen alemán y nacionalidad británica, la democracia se encontraría en la encrucijada de dar respuesta y equilibrio a tres exigencias no fáciles de conciliar pero que definen su función. Por un lado, el crecimiento económico entendido como factor para alcanzar mayores cotas de bienestar colectivo. Ojo: nada que ver con la idea de un objetivo macroeconómico en sí, en el que espontáneamente se espera que las capas más altas arrastren por contagio al resto de la sociedad. Pero ya hemos visto cómo no guarda una relación positiva el crecimiento de millonarios en España, un 470% en los últimos nueve años de crisis, mientras seguimos siendo uno de los países de la UE donde más ha aumentado la desigualdad.

Por otro, procurar estabilidad y cohesión social en un escenario de precariedad laboral que hace que incluso quienes están trabajando sigan en riesgo de exclusión. Una cohesión social que no solo tiene que ver con la territorial, ni con la diferencia de infraestructuras y recursos entre la población más urbana y la rural, lo que se ha venido llamando la España vaciada.

Y en tercer lugar, la garantía de los derechos individuales, que en gran medida están en peligro debido a los diferentes recortes en necesidades básicas, y por tanto en derechos sociales, y también en la sensación de involución o retroceso en cuando a libertad de expresión.

Es decir, analizando que los tres planteamientos de Dahrendorf no han encontrado dónde sostenerse en todos estos años, no es fácil mirar con optimismo al futuro. Pero habrá que armarse de paciencia y votar de nuevo, aunque sea tapándose la nariz y con la esperanza de que la democracia, además, se tape los oídos. No queda otra.

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