Se acabó la pretendida ascensión al olimpo de la política del ciudadano Albert Rivera. Tuvo la posibilidad de marcar terreno y asentarse en una posición indispensable para la gobernabilidad de derechas e izquierdas, según se terciara, recuperando un centro que el bipartidismo había digerido poco a poco tras la Tansición. Pero no, se llenó de expectativas, con los resultados aupándole y quiso más, hasta entrar en gobiernos que necesitaban el apoyo de Vox. El resultado de sus vaivenes ha llevado a su formación directamente al batacazo de ayer que, por previsible, no deja de ser la referencia electoral más destacada del 10-N. Y si el naranja representa la caída, el verde marca el salto que hace contener la respiración. Más de tres millones y medio de votos han aupado a Vox a la tercera posición que cede Cs. Algo se está moviendo en el país, que necesitará tiempo y análisis para encajarlo. Y no será fácil. La formación del presidente en funciones ha mantenido el tipo, es la vencedora. Pero pierde y no gana nada. Si acaso contemplar un ligero descuelgue de Unidas Podemos, que no puede considerarse como ratificación de las tesis que les culpabilizaban de la falta de gobernabilidad. Y los populares, que venían del fondo, han vuelto a coger fuerzas, que no fuerza, pero nada que permita sumar por la diestra en busca de un Ejecutivo alternativo al que, en la lógica de los bloques --si es que tiene salida-- , deberá liderar Pedro Sánchez. Pero si el 28-A no dio, ahora tampoco, incluso un pelín menos. A no ser que visto por dónde crece el músculo de la democracia española, el tacticismo personalizado y partidista de algunos deje paso a la estrategia política y se alcance una suma suficiente, en el granero del batiburrillo, pero que permita gobernar. En espera. H *Periodista