Hoy se celebra el Día Internacional para la Eliminación de las Violencias contra las Mujeres, una fecha de recuerdo y a la vez de rebeldía por la insoportable e injusta situación de millones de mujeres y niñas en el mundo, instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999. Hace justo 20 años.

La propia organización Naciones Unidas hizo oficial una definición extensa de violencia contra la mujer como «todo acto de violencia de género que resulte o pueda tener como resultado un daño físico, sexual o psicológico para la mujer, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad». Como toda situación de desigualdad y de injusticia, también la violencia contra las mujeres tiene múltiples manifestaciones, una diversidad que convierte a este fenómeno vergozante del siglo XXI en un aspecto, si cabe, más devastador y difícil de erradicar. Supone una revisión de nuestras sociedades de forma estructural, para modificar unas estructuras que perpetúan las desigualdades.

Los datos que anualmente producen y divulgan los organismos públicos que batallan contra lo que debería ser una prioridad para todos los partidos políticos e instituciones, ponen de manifiesto tanto su importancia cuantitativa como la variedad de situaciones en contra de las mujeres y niñas que se incluyen, ya sin rodeos ni falsas definiciones, en el extenso capítulo de la violencia machista. Es conocido que en lo que va de año han sido asesinadas en España 51 mujeres, lo que supone 51 hombres asesinos y que, desde que se inició esta siniestra contabilidad, en 2003, la cifra alcanza las 1.023 mujeres.

Dato vergonzante para esta sociedad. Durante años, políticos, sociólogos y otros profesionales portadores de influencias y capaces de crear opinión utilizaron términos muy débiles para calificar esta situación, expresiones plenas de eufemismos que propiciaron una desatención a un problema muy de fondo que se ha servido, en muchas ocasiones, de la tibieza en su formulación para escalar posiciones en el ranking de la vergüenza. Los discursos negacioncionistas no tienen cabida en este campo y hay que procurar por todos los medios que no germinen ni echen raíces porque, con toda seguridad, complicarán y prolongarán la solución de este devastador problema social.

Por eso hay que ser muy claras en la oposición rotunda a las propuestas de algunas fuerzas políticas, en el seno de las mismas administraciones, que tratan de vestir esta situación con términos que llevan a la confusión y que pasan por la negación de lo evidente y sobre el que la sociedad reclama claridad y contundencia.

La DGA y el Instituto Aragonés de la Mujer quieren dejar patente una vez más el compromiso más absoluto y decidido con la prevención y la erradicación de las violencias contra las mujeres, en cualquiera de las formas y en cualquiera de las actividades y tareas que las mujeres desarrollan en su día a día. Desde las Administraciones Públicas hay tres herramientas que conducen al objetivo de avanzar hacia la igualdad real y ponerle freno a las violencias: educación, formación y coordinación.

Hoy es un día para mostrar sensibilidad, para reivindicar avances y progresos y para mostrar un compromiso firme. ero no podemos quedarnos en el gesto ni en los símbolos y por eso el Gobierno de Aragón se compromete a seguir trabajando, a destinar recursos económicos y humanos a estas tres tareas que se antojan como ineludibles para erradicar un problema al que no se puede dar tregua. Sí que me gustaría, por último, reconocer la valentía que día a día muestran miles de mujeres que han sobrevivido a la violencia, que han rehecho sus vidas y que nos aportan esperanza y fuerza para continuar trabajando por la erradicación de las violencias contra las mujeres.

(*) Directora del Instituto Aragonés de la Mujer