En las últimas semanas, los avisos sobre una nueva desaceleración de la economía y los riesgos que esos anuncios traían se hicieron constantes. Se colaron incluso en la minicampaña electoral de noviembre y se utilizaron, por supuesto, para advertir a los electores de lo que se les venía encima... si el futuro Gobierno se configuraba a la izquierda. La derecha siempre ha considerado que ella es la elegida para gestionar cualquier crisis económica. A su entender, no hay más que echar un vistazo a los periodos legislativos de Mariano Rajoy para comprobar cómo sus medidas (no inciden en la palabra recortes) salvaron las cuentas del país en plena embestida de los números rojos. Eso sí, en esa benévola interpretación no cabe la gente, la mayoría. La recuperación en parte del empleo ha dejado las condiciones laborales y salariales como un erial y los servicios públicos todavía arrastran carencias derivadas de aquellos tijeretazos.

Pues bien, cuando ya calaba la idea de que volvían los diagnósticos sombríos sobre la economía, los mismos o perecidos analistas señalan que hay un descenso de la actividad más suave de lo previsto y que la reducción del crecimiento es menos dramática. Algunas organizaciones empresariales que basaban sus exigencias al futuro nuevo Gobierno en el negativo escenario que se barruntaba se pueden estar quedando sin argumentos técnicos, si es que alguna vez lo fueron. Y al previsible Gobierno de coalición puede encontrar en los nuevos horizontes un respiro que le permita afrontar las reformas necesarias, desde fiscales, laborales o de pensiones, entre otras urgencias, sin tener que estar dando explicaciones de cómo evoluciona la macroeconomía. Si la niebla se levanta, la conducción por el buen camino ya no tiene excusas.

*Periodista