La Cumbre del Clima solo ha alcanzado a consensuar un débil llamamiento a los países para realizar esfuerzos más ambiciosos contra el cambio climático. Si tienen a bien, si no es molestia, hala, venga, porfa. Así anda el multilateralismo aunque lo que esté en juego sea la propia supervivencia de la humanidad.

Menos de la mitad de los países participantes se han puesto las pilas, pero los estados que responderían a la concepción de más poderosos y, por supuesto, los más poblados (EEUU, China, India y Rusia), curiosamente responsables de más de la mitad de la contaminación planetaria, siguen en su mundo de crecimiento interesado a costa de lo que sea. La Comisión Europa, sin embargo, se convierte en el reducto de cierta de sensibilidad ante el reto medioambiental y propone como objetivo inmediato gestionar la emergencia climática.

Habrá intereses que tensionarán los resultados efectivos de esa voluntad, pero el solo hecho de que la estructura político administrativa de casi todo un continente se lo plantee y lo verbalice es un salto abismal frente a los frenos mundiales. Y la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se compromete al mismo tiempo a reforzar el pilar social de la unión, empezando por lograr una convergencia en los sistemas de desempleo de los 28 que eviten la desigualdad rampante.

La que se calificó en algunos momentos -y con razón-- como «Europa de los mercaderes» tiene la obligación de afrontar las dos grandes emergencias de sus ciudadanos -la climática y la desigualdad- como claves de su propia existencia y para sacudirse definitivamente el calificativo. O la extrema derecha y los brexit cangrenarán el único proyecto común esperanzador.

*Periodista