Se avecinan o ya están en marcha cambios severos en las estructuras políticas del país, de la unión y hasta de cualquier nivel superior que se postule. Nacionalismos acelerados, brexits reales y potenciales o fuerzas espaciales para trajinar con uniforme las órbitas conquistadas. Eso, así, por encima. Que por abajo las novedades también se las traen. Comunicaciones instantáneas, la mayoría insustanciales, pero capaces de captar la atención y la dedicación para configurar un hormiguero que se desplaza a golpe de webs, blogs, tuits o influencer. Y entre los distintos escalones de las plataformas del poder, los líderes que gestionan la actualidad ejecutiva pendientes no de su proyecto, sino del resultado inmediato que no les aleje del sillón de mando. Para la izquierda, tanta veleidad escorada al centro ha acabado por desfigurarla, mientras a la derecha se le atraganta la extrema porque la deja en evidencia. Y a todos, sin la antigua lucha de clases como equilibrio asumido de intereses y escenario político, se les ve buscando los límites de su territorio electoral. Y llega el rubiales de Boris Johson, criado en los mejores pupitres que conectan directamente con el poder elitista conservador del Reino Unido (responsable de los recortes sociales desde los tiempos de Margaret Thatcher) y recibe el voto de los obreros de zonas tradicionalmente laboristas. Ahí lo tienes. Tira más un brexit nacionalista resumido en ley, patria y orden que las aspiraciones de mejoras sociales. Ojo que abre una espita, la de votar a quien te empobrece.

Mientras, el Aragón actual lideró en el 2018 el crecimiento de la riqueza (PIB), pero ¡qué cosas!, en el mismo ejercicio aumentó el riesgo de pobreza. No hay manera de afinar con el reparto. Habrá que pedir un nuevo juego de balanzas. ¿A quién? H *Periodista