De los males, los peligros, las amenazas y las desgracias de una investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de Esquerra para formar un Gobierno con Podemos ya habla casi todo el mundo. ¿Puede tener alguna virtualidad? Para los implicados, tiene la de ocupar el poder, que es finalmente la razón de ser de las organizaciones políticas. ¿Y alguna más? Del dictamen del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) sobre la inmunidad de Oriol Junqueras el 13 de junio se han sacado conclusiones exageradas. Los nacionalismos ultramontanos coinciden en verlo como un ultraje a España, de manera que el europeísmo ha cambiado de bando. Pero la realidad es otra. El dictamen del TJUE deja en vía muerta la fórmula Rajoy: quietismo político y subrogación de la tarea de gestión del conflicto a los tribunales de justicia. Esa vía se demuestra ahora inestable porque no siempre ganan los mismos y mezclar lo político con lo penal limita con algunos derechos fundamentales. También invalida la vía Puigdemont: agitación política al margen de la ley y subrogación de la tarea de ampliar la mayoría independentista a la denuncia de la represión del Estado. En este contexto, el TJUE da alas a quienes defienden que el conflicto debe volver al cauce político. Eso no significa que nadie abandone sus fines, pero que todos coincidan en el método: se puede cambiar cualquier ley sin dejar de cumplirla. Ya la única rendija por la que hoy puede volver el asunto a la política es la de la investidura de Sánchez. El camino no será fácil, pero el punto de partida es que las alternativas son cada vez más intransitables: el menosprecio a la ley acaba por enturbiar la calidad democrática de cualquier propuesta y el imperio descontrolado de la ley puede acabar en una enmienda a la totalidad. Un haz de luz tan tenue como perceptible.

*Periodista