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Juan Bolea

Ortega y el turismo interior

La pandemia ha reducido la movilidad y con ella el turismo. Vengan o no los extranjeros, el mismo Gobierno que nos desconfina con cuenta gotas, sin soltarnos de la mano, nos llama a practicar a manos llenas el turismo interior. Será la manera, prescribe el poder, de salvar la economía nacional y conocer económicamente el país, pues siempre saldrá más barato visitar Ávila que República Dominicana, Chiclana que los fiordos noruegos.

Mucho antes que nosotros en la era poscovid, otros españoles de pro, expuestos a la gripe y al cólera hicieron turismo interior en busca de las señas de identidad, de las respuestas de España. Quedan para el recuerdo los viajes a caballo de Miguel de Unamuno por los peñascales y desfiladeros de Covadonga, la galera teatral de Federico García Lorca o la mula en la que José Ortega y Gasset recorrió Castilla y Asturias en torno a los felices años veinte del pasado siglo.

Las experiencias de Ortega como viajero y su viaje interior quedaron consignados en uno de los libritos más deliciosos del filósofo español: Paisajes.

En sus páginas, un poético Ortega recorría ensimismado las llanuras de Castilla, sus castillos, iglesias, altares y esculturas fúnebres, escribiendo lúcidamente frases como esta: «En España casi todo lo grande es anónimo». Su visión del Cid y de su magno poema difiere de esas pobres versiones que reducen al caballero a la condición de un mercenario, para ahondar en su visión política y en su concepto del derecho, la justicia y la ley. Castilla, con sus nítidos colores, páramos y llanadas («En Castilla no hay curvas»), su insoportable luz y su silencio abrasó el espíritu del pensador, como ya había abrasado el alma de Unamuno. Cuando las mulas de Ortega ascendieron los Picos de Europa y se asomaron a Asturias le pareció al filósofo haber llegado, no a otro paisaje, no a otra región, sino a otro mundo.

A modo de estampas y reflexiones viajeras, los textos de Paisajes fueron dibujando una metafórica radiografía de nuestro ser interior, con nuestras fortalezas y debilidades, sobre la base de la asombrosa variedad de nuestro país, que el propio Ortega, nunca dejó de admirar.

Y es que España, realmente, es un destino.

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