No me consta que Lambán se rebotara cuando Fernando Simón , en plena transmisión comunitaria, confesó que le preocupaba Aragón. Bastante tenía el presidente con su propia preocupación y la urgencia de tomar medidas restrictivas para detectar y frenar el virus sin provocar mayor sangría económica. Sira Repollés rompió la siesta aquella tarde de julio para advertir a los zaragozanos que no era un confinamiento pero que deberíamos comportarnos como si lo fuera. Repollés, junto con la vasca Nekane Murga, son las consejeras de Sanidad más directas y consistentes de España. Ambas son médicos, ginecóloga y cardióloga, respectivamente, y están a lo que tienen que estar, ejerciendo su responsabilidad profesional con mano firme sin pensar en réditos o castigos políticos. También el alcalde Azcón está a lo que tiene que estar, y acató sin reservas esas medidas restrictivas que afectaban exclusivamente a la ciudad y colaboró en el «ejército» de policías y voluntarios que patean casas y calles en busca de irresponsables contagiados para meterlos en vereda. Esto, que a todas luces es un ejercicio de responsabilidad política, de sentido común y de honestidad personal, se transforma en algo milagroso ante la disparatada reacción de Ayuso y la incomprensible actitud del alcalde de Valladolid, que ha llevado a la Junta de Castilla León a los tribunales. La presidenta madrileña acusa a Fernando Simón de ensañarse con Madrid solo por decir que Madrid preocupa ahora como Aragón preocupó hace un mes, y el alcalde vallisoletano acusa a la Junta de «abuso de poder» por tomar medidas para frenar la alarmante escalada de contagios. Lloriquear no deja de ser una estrategia política cuando fracasa la gestión o no se toman decisiones por incapacidad o por temor a equivocarse. Ir de la mano, como están haciendo el Gobierno de Aragón y el Ayuntamiento de Zaragoza, es el mayor acierto, aunque haya errores.