Empezamos un nuevo curso escolar lleno de incógnitas. A estas alturas no se saben muchas cosas y los equipos directivos de los centros se dejan la piel intentando la cuadratura del círculo. Sin embargo hay algo que ya tenemos claro: La principal función de la escuela no es educar, es servir de aparcaniños. Educar es un subproducto útil. Se va a abrir sí o sí, esa ha sido la consigna y de facto se podía haber hecho bien, si se hubieran hecho los deberes: Grupos de tarde, redistribución de alumnado de centros saturados a centros con espacio, nada de actividades extraescolares (ni dentro ni fuera del centro, si no, los grupos burbuja son inútiles), del cole a casa y de casa al cole, redistribución y contratación de profesores, medidas muy severas en caso de incumplimiento de la normas higiénico-sanitarias (No las bromas estas que hemos visto este verano con los botellones y los positivos saltándose la cuarentena).

Esos deberes no se han hecho porque son medidas muy duras lo que conllevaría un coste político enorme en caso de implantarlas. Imaginen el cisco que montarían los padres si les dicen que el curso que viene su hijo tiene que ir a otro colegio, o que mire usted que por qué no le dejan al niño seguir en el equipo de baloncesto. Lo mismo si a los profesores nos dicen que nos toca clase de tardes, o si un chaval de 16 años decide entrar sin mascarilla y se le ponen 14 días de aislamiento. Todo esto es, en nuestra sociedad, inaceptable, de hecho es más aceptable el cierre escolar que la implantación de estas medidas.

El problema es que la apertura de centros sin tomárnoslo en serio va a dar lugar a un funcionamiento muy difícil, con aulas completas en cuarentena cada dos por tres, con falta de profesores (también en cuarentena) y con algunos coles cerrados. Eso, si las cosas van bien, si van mal podemos asistir a una tormenta perfecta: incremento de contagios covid junto con catarros y gripes, retrasos en las PCR (imaginen una a cada niño que tose) por lo que las cuarentenas no se ponen en marcha y el virus aplaude, atención primaria con esperas de 2 semanas, por lo que la gente acaba yendo a urgencias por cosas que antes resolvía su médico de cabecera, llegando quizá al tan temido colapso sanitario.

En Aragón es más difícil (pero posible) porque aunque poco, algo se hizo durante el verano, sin embargo, Ayuso les ha comprado a los madrileños muchísimas papeletas para este sorteo.